Nuestra forma de proceder intelectualmente dista mucho de ser fría, calculadora y lógica, al estilo Spock. Más bien basculamos de la razón a la emoción, mezclando el pensamiento lento (racional) con el pensamiento rápido (instintivo), que diría el Nobel de Economía Daniel Kahneman. Hasta muchos de nuestros razonamientos aparentemente lógicos están infiltrados de vetas emocionales.
Ésa podría ser también la razón de que incluso las personas más cultivadas no sean necesariamente las personas más escépticas ante los fenómenos sobrenaturales. Porque ser escéptico es casi como ser antinautral, antihumano. Es pensar de forma tan disciplinada y desposeída de prejuicios, sesgos y deseos que casi es razonamiento de computadora. Ser verdaderamente escéptico te impone una carga cognitiva tan gigantesca que, por ello, los científicos no actúan en solitario a la hora de ponerse a trabajar.
Los científicos realizan un experimento, elaboran una hipótesis y no se limitan a ser cuidadosos o escépticos con las conclusiones, sino que las exponen al escepticismo del resto de la comunidad científica, para que la destrocen a su conveniencia.
Los demás, menos implicados emocionalmente en el tema objeto de glosa, emplearán su escepticismo con mayor tino quirúrgico. Ser escéptico es tan difícil que el método científico que empleamos para desarrollar nuevos fármacos o para verificar cualquier otro fenómeno natural solo es una afirmación susceptible de revisión que previamente ha sido avalada y fortalecida por la mayoría de la comunidad científica a través de minuciosas cribas. Aún así, se cuela mucha superchería y pseudociencia.
Imaginaos, entonces, lo que ocurre entre los individuos que sencillamente no exponen sus creencias a esas exigencias y, además, no han desarrollado un gran escepticismo o pensar disciplinado (o pensar antihumano). Lo que ocurre es lo que hemos dicho al principio: que incluso personas muy cultivadas, que han leído cientos de libros, que saben de todo, que tienen un vocabulario rico y unos modales patricios, al final acaban tragándose cuentos chinos.
En el libro Conviértase en brujo, conviértase en sabio, los físicos George Charpak y Henri Broch citan un estudio de sociología que, por ejemplo, muestra que los maestros de escuela son los que más creen en determinados fenómenos paranormales.
Muchas credulidades, por otra parte, son de arraigo cultural. Por eso en Estados Unidos, el 78 % de las personas creen los ángeles, pero en Gran Bretaña solo lo hace el 26 %. Pero en Gran Bretaña se cree más en la reencarnación que en Estados Unidos. En general, Francia es uno de los países menos crédulos, tanto en Dios como en telepatía, astrología, ovnis, espiritismo, fantasmas, el diablo, los sanadores y demás.
También los medios de comunicación y la mayor importancia de la divulgación científica parecen estar cambiando las creencias generalizadas de la gente, aunque sea muy lenta y pesarosamente. Según un sondeo realizado por el instituto CSA para Le Monde y La Vie, de 1994 a 2003, las creencias descendieron entre un 10 y un 20 %.
Quién sabe si iremos a mejor o a peor, si tales supuestos descensos en la credulidad generalizada son exclusivamente una oscilación natural. Me gustaría pensar, a título individual, un poco irracional e incluso un tanto crédulo, que sí, que vamos a mejor (quizá para evitar refugiarme en una casa en la montaña con una escopeta de posta lobera). Para que luego digan que yo no tengo fe en nada.
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