Un nuevo estudio sugiere que los medios sociales no alimentan la polarización política; lo que ha ocurrido es que la polarización política es lo que ha alimentado el uso agresivo de los medios sociales.
En definitiva, no se ha hallado apoyo a la hipótesis de que el uso de los medios sociales contribuyera al nivel de polarización afectiva contemporánea.
Naturaleza polarizada
Uno de los mayores defensores de que internet, en realidad, nos enroca en nuestras posiciones culturales, es Evgeny Morozov. Y su reflexión debe quedar en el aire al final de este artículo, extraído de su libro El desengaño de internet:
Los tuits no disolverán todas nuestras diferencias nacionales, culturales y religiosas. Es posible que las acentúen. Se ha demostrado que carece de fundamento la creencia ciberutópica en que Internet nos convertirá en ciudadanos del mundo muy tolerantes, ansiosos por reprimir nuestros viles prejuicios y abrir nuestras mentes a lo que vemos en nuestros monitores. En la mayoría de los casos, los únicos que todavía creen en el ideal de una aldea global electrónica son quienes habrían sido cosmopolitas y tolerantes incluso sin Internet: la élite intelectual.
Esto se percibe particularmente en la tendencia a proteger cada vez más las lenguas minoritarias. Las que nos identifican con una comunidad cada vez más reducida y aislada del resto. No es algo nuevo, solo estamos viendo otra cara u otra faceta. El ejemplo extremo de esta tendencia lo observamos en la isla de Gora. Solo tiene 300 km cuadrados, pero aquí se hablan cinco lenguas: el lakon o vuré, el olrat, el koro, el dorig y el nume. El antropólogo Don Kulick describe así la situación en el libro Conectados por la cultura, de Mark Pagel:
Las comunidades papúas han fomentado de forma expresa la diversidad lingüística porque reconocen que el idioma es un indicador destacado de identidad de grupo […] Cierta comunidad [de hablantes de la lengua buian], por ejemplo, ha trocado todas las concordancias de género de su idioma a fin de hacer el masculino y el femenino de un modo completamente opuesto al que emplean los dialectos de su misma lengua que se dan en los pueblos de las inmediaciones. Otras sustituyen vocablos antiguos con otros nuevos a fin de «diferenciarse» de las variantes vecinas.
Sin embargo, es precisamente nuestra necesidad de vivir en grupos pequeños y nuestra tendencia a expulsar y discrminar a los extranjeros los que propician que las nuevas herramientas globales, como internet, se vuelvan incluso más opacas al mundo entero, favoreciendo las comunidades pequeñas otra vez.
O quizá haciéndonos entrar en una era glocal. Lo cual, también, explicarían cosas como la importancia (tanta como paralizar unos presupuestos) de que una lengua como el catalán esté en Netflix o HBO. Podéis abundar en este tema en el siguiente vídeo, así como el hecho de que las lenguas sean lo más parecido a una religión laica o social: