Estos días, a rebufo de las cantidades indecentes de dinero que la casta fundía con sus tarjetas Black para fines tan caprichosos como la una shopaholic de Sexo en Nueva York, nos preguntamos si es que los millonarios tienen otra percepción de lo que gasta. Si, en definitiva, al enriquecernos, nuestra forma de gastar dinero se altera de tal forma que lo pantagruélico nos acaba pareciendo normal.
Para responder a esa pregunta, hay que invocar la relación de Weber, en honor al fisiólogo de finales del siglo XIX Ernst Weber, que nos demostró que no somos sensibles a la diferencias absolutas, sino a las relativas. Más tarde, fue elaborada hasta su forma actual por Gustav Theodor Fechner.
La ley de Weber-Fechner puede también enunciarse así: Si un estímulo crece en progresión geométrica, la percepción evolucionará en progresión aritmética. Por ejemplo, si estamos sosteniendo una masa de 100 gramos, quizás no lo podamos distinguir de otro de 105 gramos, pero sí de uno de 110 gramos. En este caso, el umbral para discernir el cambio de masa es de 10 gramos. Pero en el caso de sostener una masa de 1000 gramos, 10 gramos no serán suficientes para que notemos la diferencia.
Tal y como explica Alain Laurie en ¿A qué juega mi cerebro?:
Normalmente, las neuronas se organizan de forma vertical, y ciertas neuronas de asociación sólo se activan si una neurona diana tiene una actividad superior a las neuronas del contexto. En resumen, no percibimos en términos absolutos sino en relación con un contexto. (…) Mucho antes que Weber y Fechner, en el siglo XVIII, el matemático Daniel Bernouilli ya se había dado cuenta de que la ventaja moral sólo aumenta con el aumento relativo de la fortuna física, lo que en lenguaje moderno representa la llamada relación de Weber: la ventaja subjetiva que procura dinero está en función de la riqueza de la riqueza individual. Esta observación explica las impresionantes sumas que los multimillonarios pueden perder en el juego.
Imagen | Tax Credits
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