Religión neuropatológica

Religión neuropatológica
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Se han escrito muchos libros biográficos sobre personajes que, a lo largo de la historia, contemplaron milagros o hablaron con Dios. Pero echo en falta el mismo número de libros que aborden tales hechos históricos (si partimos de la base de que nacen de la sinceridad del biografiado) de modo que, en vez de centrarse en los testimonios (que gracias a películas como Doce hombres sin piedad sabemos que son falibles), se basen en el trasfondo neuropatológico.

Es decir, libros de historia neurobiológicos.

Religión como enfermedad mental

Echo de menos libros de historia que no nos cuenten la vida de Juana de Arco, que fue acusada de herejía y murió quemada en la hoguera en 1431 porque aseguraba que Dios guiaba sus pasos, como si leyéramos Los juegos del hambre o cualquier otro libro de ficción. Los libros de historia que propugno acaso no deberían perder más de una línea de texto en explicar lo que creía Juana de Arco y los demás que la creyeron.

Serían libros de historia que no se plantearan si era una profetisa o una santa, porque tales eran las interpretaciones medievales, primitivas, acientíficas. Libros de historia que bucearan solo en la biología. Que George Bernard Shaw incluyera transcripciones literales de las actas del juicio a Juana de Arco en su obra Santa Juana tiene su interés anecdótico, pero no llega a la médula del asunto.

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La médula del asunto es que Juana de Arco, probablemente, padecía una epilepsia del lóbulo temporal. Quienes sufren tal dolencia sufren una suerte de hiperreligiosidad, y tienden a pensar que existe un espíritu o una presencia detrás de todo lo que acontece. Y, en consecuencia, el caso de Juana de Arco no sería único en la historia, tal y como ha explicado el neurólogo David Eagleman en un libro de Michio Kaku titulado El futuro de nuestra mente:

Parece que una buena parte de los profetas, mártires y líderes de la historia padecieron epilepsia del lóbulo temporal. Pensemos en Juana de Arco, una muchacha de dieciséis años que cambió el rumbo de la guerra de los Cien Años porque creía (y convenció de ello a los soldados franceses) que oía voces del arcángel San Miguel, santa Catalina de Alejandría, santa Margarita y san Gabriel.

Personas trastornadas convencieron a personas crédulas

Ésa podría ser la explicación que subyace en gran parte de los movimientos religiosos del mundo, que locos convencieron de su locura a los más crédulos. Y también de gran parte de los movimientos laicos basados en la irracionalidad y las pulsiones emocionales más primarias. No abundan los libros que aborden la historia desde este punto de vista mecanicista, reduccionista (en el buen sentido) y racional. Pero a medida que se pueda tener acceso a datos biológicos fidedignos sobre los personajes históricos objetos de glosa, quizá se puedan abandonar las meras conjeturas y proporcionar teorías más sólidas.

A ese respecto, ya existe algún libro así escrito nada menos que en 1892, cuando los tratados de enfermedades mentales mencionaban una conexión entre la “emotividad religiosa” y la epilepsia. Pero no fue hasta 1975 cuando se hizo la primera descripción clínica de tal conexión por parte del neurólogo Norman Geschwind, del Hospital para Veteranos de Boston:

Observó que los epilépticos que sufrían fallos eléctricos en el lóbulo temporal izquierdo solían tener experiencias religiosas y conjeturó que la tormenta eléctrica en el cerebro era de algún modo la causa de aquellas obsesiones religiosas.

Aquí todos somos bastante tontos, disonantes cognitivos y, en algunos casos, locos. El problema es que se nos haga demasiado caso.

Naturalmente, que nadie se sienta ofendido: soy perfectamente consciente de que el trastorno mental no explica todos los casos de creencias en dioses. También pueden existir otros motivos: la inercia de la educación, el contexto sociocultural, e incluso la mera estupidez. También habrá, como todos (yo incluido) que defiendan su posición por callar bocas, por no tener que admitir que lleva años equivocado o por miedo a la nada (yo también continué el ritual de los Reyes Magos durante años a pesar de que descubrí que eran mis padres). Aquí todos somos bastante tontos, disonantes cognitivos y, en algunos casos, locos. El problema es que se nos haga demasiado caso.

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