Echemos un vistazo a un estudio de un profesor de psicología de la Universidad de Concordia, que analiza qué ocurre cuando la gente renuncia a objetivos "inalcanzables". Según este profesor, llamado Carsten Wrosch, renunciar a objetivos demasiado ambiciosos resulta beneficioso, y perseguirlos a toda costa, contraproducente.
Para llegar a esta conclusión, incluso midió los niveles de cortisona, la hormona del estrés, y los problemas de salud que conlleva la presión física y psicológica de perseguir sueños irrealizables.
Como explica el propio investigador, acerca de las personas que renuncia a objetivos demasiado ambiciosos:
Muestran menos síntomas de depresión, menos afectaciones negativas con el tiempo. También presentan niveles de cortisona más bajos y niveles inferiores en respuesta inflamatoria sistémica, que es un marcador de la activación del sistema inmunitario. Y desarrollan problemas de salud física menores con el tiempo.
Estas conclusiones también encajan con la llamada paradoja de Stockdale, es decir, la exhibición de un optimismo sin fisuras, como si miráramos la realidad a través de unas gafas de color de rosa. O como lo resume Juan José Sebreli en El asedio a la modernidad:
El optimismo absoluto es la negación del progreso porque considera que vivimos en el mejor de los mundos, que no es necesario cambiar nada, todo lo que pasa está bien. La idea de progreso es una combinación de pesimismo (las cosas están mal) y de optimismo (las cosas pueden mejorar); pesimista con respecto al presente, a la realidad presentada; optimista en lo referido al porvenir, a las posibilidades.
Imagen | Bárbara Cannnela