Siguiendo la línea de los estudios que ya os referí sobre cómo nuestros nombres pueden llegar a influir en nuestro porvenir (como ¿Hasta qué punto nuestro nombre puede condicionar nuestra vida? o Las iniciales de nuestro nombre pueden influir en nuestra esperanza de vida), en los años 1950 se llevó a cabo una investigación que tal vez fuera pionera en este tipo de visión: somos en parte lo que deberíamos ser.
La investigación la realizó el psicólogo Gustav Johoda sobre el pueblo Ashanti en la Ghana central.
Según la tradición de los Ashanti, los niños deben recibir un nombre espiritual asociado al día su nacimiento, y cada día está asociado a su vez a un conjunto de rasgos de la personalidad.
Por ejemplo, si naces en lunes te llamarán Kwadwo. Y llamarte así presupone que serás un tipo calmado, retraído y pacífico. Si naces en miércoles, te llamarán Kwaku, lo que supone que serás un poco travieso y de mala conducta.
Fijaos que no importa en nombre en sí sino el conjunto de ideas y prejuicios que llevan aparejados los nombres. Y como Johoda descubrió, esta temprana categorización tiene un impacto a largo plazo en la autoimagen de los niños Ashanti.
Para averiguarlo, examinó la frecuencia con que los nacidos en diferentes días de la semana aparecían en los registros de los tribunales juveniles. El resultado demostró que el nombre dado a un niño en su nacimiento afectaba su conducta, ya que había muchos menos Kwadwos y más Kwakus en los registros.
Si los pensáis bien, esto no deja de ser una extrapolación de la pluma de Dumbo: tener confianza en determinadas cualidades personales favorece esas cualidades personales, pero si todo tu entorno se empecina en recordarte que careces de esas cualidades, probablemente tus cualidades quedarán mermadas.
Vía | Rarología de Richard Wiseman
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