Pudiera resultar aberrante que un algoritmo ético basado en la neurobiología o los datos estadísticos sustituya el actual sistema legal, como explico más ampliamente en ¿Quién es el verdadero culpable en un asesinato?, pero también lo fue en el pasado prescindir del ojo por ojo, o incluso de la condena de alguien por el hecho de que otro te acusaba de algo sin pruebas ni testigos oculares.
Steven Levitt y Stephen Dubner, en Superfreakonomics, aducen que usar la repugnancia como termómetro moral no es buena idea porque "con el tiempo, algunas ideas cruzan la barrera de la repugnancia para hacerse realidad. Cobrar interés en los préstamos. Vender semen y óvulos humanos.”
Hasta mediados del siglo XIX, los seguros de vida se consideraban una profanación de lo más sagrado. Así pues, que una justicia más objetiva y menos alejado de lo visceral o de lo sentimental nos pueda parecer aberrante es lo de menos: lo importante es discutir con argumentos por qué es mejor un tipo de justicia que otra.
Como remata Nicholas Carr en Atrapados:
No existe algoritmo moral perfecto, nigua forma de reducir la ética a un conjunto de reglas aceptado por todos. Los filósofos han intentado hacerlo durante siglos y han fracasado. Incluso los fríos cálculos utilitarios son subjetivos; su resultado depende de los valores e intereses de quien toma las decisiones. (…) De cualquier manera, los algoritmos deberán ser escritos.
En definitiva, una futura política social basada en las pruebas empíricas que aporta la ciencia, y no en las intuiciones, que históricamente se ha demostrado que son cambiantes, e incluso cíclicas. Una justicia que estudie el cerebro de los criminales y señale no solo si hay cuestiones atípicas que han propiciado en crimen, sino, sobre todo, una justicia que persiga una rehabilitación más basada en evidencias empíricas y no tanto en lo que aduzcan expertos individuales.
Esta clase de estadísticas y eviencias científicas permitirán, en consecuencia, dictar sentencia de una forma más personalizada (cada criminal será un caso único), tal y como abunda en ello David Eagleman en su libro Incógnito:
Los científicos nunca serán capaces de predecir con gran certeza quién volverá a delinquir, porque eso depende de múltiples factores, incluyendo la circunstancia y la oportunidad. Sin embargo se pueden hacer buenas conjeturas, y la neurociencia hará que éstas sean mejores.
Puede que el enfoque científico resulte demasiado, de hecho, científico para muchos, pero ¿qué otra alternativa queda? Probablemente el sistema legal sufrirá, tarde o temprano, una revolución similar a la que aconteció con la medicina: aquélla empezará a abordar problemas nerviosos y conductuales de la misma forma que ésta aborda los problemas de los huesos o los ojos.
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