El autocontrol es una de las facetas de nuestra personalidad que nos procurará seguramente mejores beneficios. Los que carecen de un autocontrol natural, por ejemplo, son mucho más propensos a caer en ludopatías o adicción a las drogas.
Tu nivel de autocontrol también puede reflejar qué notas acabarás sacando en tu vida académica.
Esto se vio reflejado en un curioso experimento con chucherías realizado en la década de 1970 por Walter Mischel, psicólogo de la Universidad de Stanford. Los participantes en el experimento eran niños de 4 años.
La primera pregunta que les realizó a los niños es si querían comer un caramelo. La respuesta unánime fue afirmativa. A continuación, se les realizó una propuesta: podían comerse ahora el caramelo o, si estaban dispuestos a esperar unos minutos mientras el experimentador iba a hacer un recado, entonces podrían comerse dos caramelos en cuando el experimentador regresara.
La mayoría de los niños decidieron esperar para obtener los dos caramelos. Pero no todos lo consiguieron. También había otro detalle en el experimento: los niños disponían de un timbre que, al hacerlo sonar, provocarían que el experimentador regresara antes de tiempo: entonces sólo comerían un caramelo, no dos.
El cerebro emocional de los niños, entonces, se puso en funcionamiento, tal y como explica Jonah Lehrer:
La mayoría de los niños de 4 años no pudieron resistir la tentación dulce más de unos minutos. Varios de ellos se taparon los ojos con las manos para no ver los malvaviscos. Uno se puso a dar puntapiés a la mesa. Otro empezó a tirarse del pelo. Unos cuantos fueron capaces de esperar unos quince minutos, pero muchos no aguantaron ni siquiera uno. Hubo algunos que se comieron el malvavisco en cuanto Mischel se fue de la sala, sin tomarse si quiera la molestia de tocar el timbre.
Retrasar la gratificación instantánea por un bien mayor requiere de unas características mentales que no todo el mundo posee en igual grado. Así que vamos a fijarnos en el grupo de niños que al final se zampó los dos caramelos.
En 1985, los investigadores se pusieron en contacto de nuevo con los niños. Ahora todos eran estudiantes de secundaria. Tras valorar una serie de rasgos de su carácter, así como sus puntuaciones en el SAT (Standard Assessment Test) y expediciones académicos del instituto, Mischel halló una fuerte correlación entre la conducta de los niños de 4 años que esperaban una chuchería (malvavisco) y la futura conducta del niño como joven adulto.
Los que hacían sonar el timbre antes de haber transcurrido un minuto tenían muchas más probabilidades de presentar problemas conductuales más adelante. Sacaban peores notas y era más fácil que tomaran drogas. Pasaban apuros en situaciones estresantes y tenían mal genio. Sus puntuaciones del SAT eran, por término medio, 210 puntos inferiores a las de los niños que habían aguardado varios minutos antes de tocar el timbre. De hecho, en niños de 4 años, el test del malvavisco resultó ser un mejor pronosticador de los resultados del SAT que los test de coeficiente de inteligencia (CI).
Resulta que las destrezas cognitivas que permitían a esos niños burlar la tentación después también les permitía pasar más tiempo haciendo sus deberes. En ambas situaciones, se obligaba a la corteza prefrontal a hacer uso de su autoridad cortical e inhibir los impulsos que pudieran entorpecer la consecución del objetivo.
Vía | Cómo decidimos de Jonah Leherer
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