A nuestro cerebro no se le dan muy bien las multitudes. Fue cableado cuando vivíamos en comunidades pequeñas, así que no tenía por qué asimilar la existencia de millones de habitantes. El problema es que hoy en día somos miles de millones de habitantes, y eso supone un problema. Sobre todo si queremos inspirar la filantropía.
Cuando vemos un anuncio en el que se nos conmina a prestar nuestra ayuda a un país tercermundista, generalmente se nos mostrará un niño triste y famélico. Ello es lo que de verdad inspira nuestro altruismo. Si nos enseñaran a muchos, o se mostrara información racional sobre el problema económico del país, el efecto sería menos eficaz, como sugieren los estudios del psicólogo de la Universidad de Oregón, Paul Slovic.
En sus experimentos, preguntaba a los participantes cuánto estarían dispuestos a donar para diversas causas caritativas.
Así, Slovic descubrió que cuando se enseña a los individuos una foto de Rokia, una niña famélica de Malawi, actúan con una generosidad admirable. Tras mirar el escuálido cuerpo y los evocadores ojos oscuros de la niña, cada uno donaba, por término medio, dos dólares cincuenta centavos a la organización Save the Children. Sin embargo, si se proporcionaba a otras personas una serie de datos estadísticos sobre el hambre en África (en Malawi hay más de tres millones de niños desnutridos, en Etiopía más de once millones de personas necesitan ayuda alimentaria urgente, etcétera), la donación media era un 50 % inferior. A primera vista, esto no tiene sentido. Si la gente está informada sobre el verdadero alcance del problema, ha de dar más dinero, no menos.
Las estadísticas, los números, lo racional difícilmente incide en la parte emocional de nuestro cerebro, que es la que nos empuja a tomar decisiones.
Así pues, por muy sensacionalista que parezca, si queremos que la gente actúe, hay que tocar más su fibra sensible que su razón. Es la razón de que medio país se quede paralizado mientras un niño se ha caído en un pozo cuando, a la vez, millones de niños mueren en el mismo periodo de tiempo por falta de agua potable.
Vía | Cómo decidimos de Jonah Leherer
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