El poder de nuestros nombres y apellidos es difícilmente cuantificable. En el colegio, un niño puede sentirse ridiculizado de por vida por su nombre. Tener apellidos que empiezan por letras del final del abecedario impone estar siempre al final de las listas. Diversos estudios sugieren, incluso, que el nombre es una forma de distinción social: hay nombres de clase alta y de clase baja (y por supuesto van rotando). Incluso un controvertido estudio relaciona las iniciales de nuestro nombre con nuestra esperanza de vida (LINK)
Los nombres también podrían influir en el empleo que vamos a desempeñar de adultos. Al menos parece existir una fuerte correlación entre el apellido y la ocupación que se escoge. Sí, un poco como el juego de mesa Quién es quién o Cluedo.
En 1975, Lawrence Casler, de la Universidad Estatal de Nueva York en Geneseo, recopiló una lista de 200 académicos que trabajaban en áreas relacionadas con sus apellidos. El estudio se tituló “Put the blame on name” y fue publicado en Psychological Reports.
El trabajo de Casler incluyó a un arqueólogo submarino llamado Bass (“Róbalo”), un consejero matrimonial llamado Breedlove (“productor de amor”), un experto en impuestos llamado Due (“Vencimiento”), un médico especialista en enfermedades de la vulva llamado Hyman (“Himen”) y un psicopedagogo que estudia las exigecias parentales llamado Mumpower (“El poder de mamá”).
La revista New Scientist, a finales de los años 1990, también solicitó a sus lectores que enviaran ejemplos similares de sus propias vidas:
Miss Beat (“señorita compás”) era profesora de música. Al igual que Miss Sharp (“señorita sostenido”).
Flood (“inundación), Frost (“helada”), Thundercliffe (“acantilado de los truenos”) y Weatherall (“Todo sobre el clima”) eran miembros de la Oficina Meteorológica británica.
Lust (“lujuria”) era un consejero sexual. Peter Atchoo (“Pedro Achís”) era un especialista en neumonía. Y el director de un hospital psiquiátrico se llamaba doctor McNutt (“McChiflado”).
Los defensores de estos estudios afirman que estas coincidencias no son sólo azarosas, sino que algunas personas sienten atracción inconsciente hacia ocupaciones relacionadas con su nombre.
Personalmente, esta clase de estudios me parecen muy débiles y probablemente adolecen de defectos de forma. Pero no puedo evitar sentir cierta atracción por esta clase de teorías que se parecen tanto a las que se fraguan en los años escolares o en la barra de un bar. Sirva, en cualquier caso, como curiosidad que pone de manifiesto hasta qué punto los científicos se enredan a veces con hipótesis estrafalarias.
Vía | Rarología de Richad Wiseman
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