¿Si no existiera la religión habría que inventarla? ¿Seremos mejores si nos prometen algo a cambio? ¿Las personas creyentes son más buenas que las no creyentes? ¿Alguien que va a misa y se azota la espalda en semana santa es mejor persona el resto del año? Como dicen desde algunas tribunas, ¿estamos perdiendo los valores o… simplemente están sustituyéndose por otros?
El Premio Nobel de Física Steven Weinberg expresa de esta forma su parecer sobre los códigos morales que inculca la religión: “Con o sin religión, la gente buena hará el bien y la gente mala hará el mal, pero para que la gente buena haga el mal hace falta la religión”.
Como os señalaba en el artículo Basar la moral en la religión: un mal negocio, si en verdad la religión aportara códigos morales superiores a los innatos o a los que nacen de la civilización, entonces la población carcelaria, porcentualmente, no estaría compuesta por creyentes más que por ateos o agnósticos.
Cada vez poseemos más pruebas de que existen algo así como valores morales universales, independientemente de la religión hegemónica de la sociedad que escojamos estudiar. Por ejemplo, es famoso el estudio realizado por tres psicólogos de la Universidad de California, en Riverside, en el que cogieron a más de 400 estudiantes de los cursos iniciales de psicología y medicina de la misma universidad.
Sometieron a los estudiantes a diversos dilemas morales, tras haber respondido de forma anónima a un test sobre sus ideas acerca de temas polémicos como el aborto, la contracepción, la pena capital, la eutanasia o el uso de animales en la investigación médica, además de su filiación religiosa y sus datos sociodemográficos, incluyendo la raza a la que pertenecían.
Los dilemas morales escogidos eran relativamente sencillos, y se construyeron en base a dos escenarios. El primero: si observamos que un tranvía cae sin frenos y matará a todos sus ocupantes, ¿accionaríamos un freno que sacaría al tranvía de sus raíles y atropellaría a una sola persona? El segundo: en un bote salvavidas donde no hay espacio para todos los náufragos y debe considerarse el sacrificar a uno de los náufragos para salvar al resto.
Sobre el primer escenario se construyeron 21 dilemas diferentes y sobre el segundo 5. Las opciones cambiaban para estudiar el efecto de diversas variables elegidas previamente, como, por ejemplo, el número de personas salvadas y sacrificadas, el parentesco, la situación social o la ideología criminal de los individuos que se debían sacrificar y también la especie biológica en los dilemas en los que se introducía la posibilidad de elegir entre sacrificar personas o animales.
Los resultados eran innegables. Las intuiciones morales que afloraban en todas las personas del estudio compartían una serie de puntos:
Favoritismo por la propia especie.
Favoritismo por la propia familia
Castigo a una ideología política criminal (el nazismo era el ejemplo usado).
O sea: una mayoría abrumadora prefería preservar vidas humanas (aunque tuviesen más de 75 años) antes que vidas de perros, se decantaban por preservar la vida de los parientes más próximos y sacrificaba, finalmente, a los individuos de ideología criminal. Tras esas variables, y a distancia, aunque con una influencia bastante significativa, venían el número relativo de personas salvadas o sacrificadas y el tipo de tarea u obligación social que tenían los individuos que se debían preservar o sacrificar. Todo tendía a confirmar que hay imperativos básicos claramente detectables.
El estudio también sugería que no había una influencia destacable en los juicios morales si se tenía en cuenta la religión, la raza o el tipo de estudios del sujeto. Más bien al contrario. Si la religión estaba presente, entonces había diferencias en las creencias que se condenaban explícitamente desde púlpitos religiosos (como el aborto), pero ello no modificaba las intuiciones morales básicas en el resto de los asuntos.
Así y por nombrar sólo un dato, en el tema del aborto y la contracepción, los católicos, los protestantes y los fundamentalistas cristianos se agrupaban en la banda restrictiva, mientras que los judíos y los no religiosos se agrupaban en la banda permisiva. Ahora bien, a pesar de las sensibles diferencias en las creencias particulares generadas por una educación religiosa muy diversa o por la ausencia de religión, las intuiciones morales básicas de la mayoría de individuos eran las mismas.
Estos resultados han sido confirmados por un estudio similar llevado a cabo en Taiwán, en un medio cultural totalmente distinto.
Vía | Neurocotilleos de Adolf Tobeña
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