Cuando la electricidad era misteriosa, se creía que podría reanimar a los muertos (está vivooo… que diría el doctor Fronkonstin). Tiempo más tarde, Luigi Galvani (1737-1798), profesor de la Facultad de Medicina de Bolonia, quiso demostrar que la electricidad estaba implicada en los procesos vitales, usando para ello un puñado de ancas de rana conectadas a la corriente eléctrica.
Los músculos se contraían, en efecto, pero ello no significaba que estuvieran vivas; ni tampoco confirmaba su teoría fallida de la electricidad animal.
Desde que sabemos más sobre la electricidad, los muertos vivientes modernos de la ficción se animan mediante otros métodos más plausibles: un virus, por ejemplo. Pero no es necesaro recurrir a la ficción para comtemplar un zombi. Ni tampoco a la electricidad. Basta con influir en el cerebro de la gente (y no, no me refiero a ponerles una sesión de doce horas de Sálvame Deluxe).
Por ejemplo, en un artículo que publiqué recientemente, hablé del síndrome de Cotard, un trastorno que obliga al paciente a creer que está muerto, que huele a carne podrida, que ya no tiene entrañas y que, por tanto, puede hacer lo que quiera sin riesgo a morir.
También hay otras formas de crear zombis de verdad mediante una neurotoxina que, en las ceremonias haitianas de vudú, se denomina “polvo zombi” que, según el antropólogo, botánico y etnólogo de Harvard Wade Davis, bloquea las terminaciones nerviosas. Este polvo fue analizado y se encontraron en él varios tipos de neurotóxicos como tetradotoxina, datura metel, datura stramonium y mucuna pruriens.
El primero de ellos, la tetradotoxina, se encuentra el hígado de algunas especies de pez globo. Este químico es un potente bloqueador de la actividad nerviosa y, administrado en muy pequeñas dosis, puede provocar un estado de catalepsia: una muerte simulada. Los otros dos componentes (datura metel y datura stramonium) son plantas que tienen un efecto alucinógeno además de provocar amnesia en el individuo. Por último la Mucuna pruriens es un planta con componentes psicomiméticos (psicosis temporal) y que pueden tener actividad alucinógena.
En el mundo de los insectos también se produce una suerte de zombificación, tal y como relata el divulgador José Ramón Alonso en su libro La nariz de Charles Darwin:
La avispa esmeralda, Ampulex compressa, inyecta un veneno en el sistema nervioso de las cucarachas; después guía al insecto (drogado por la neurotoxina) a su madriguera, donde planta sus huevos en el abdomen de la infortunada víctima. La inyección del tóxico hace que la cucaracha no se mueva (hipocinesia) y cambie su metabolismo para almacenar más nutrientes. Todo ello, para que cuando las larvas de la avispa nazcan tengan comida y devoren a la cucaracha que, por cierto, se mantiene viva durante todo el proceso.
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