Una de las aproximaciones más ingenuas y parciales a la moral humana es la que determina que hay personas buenas y personas malas, así, tal cual, sin matices, como en una película maniquea de superhéroes y supervillanos. Sin embargo, las cosas no son tan sencillas. Las personas buenas pueden ser malas en determinadas circunstancias, y viceversa (sin contar lo porosos y mutantes que resultan los términos “bueno” y “malo”.)
Un fenómeno que pone en evidencia hasta qué punto las personas más aparentemente normales y civilizadas son capaces de comportarse de forma cruel se produce en las muchedumbres. Los psicólogos lo denominan multitudes encarnizadas.
Grupos de personas que, por ejemplo, son capaces de azuzar a un suicida que está a punto de tirarse desde las alturas a que no se lo piense tanto, que salte ya, que se muera de una vez.
Por ejemplo, es lo que ocurrió en Seattle en agosto de 2001, cuando una mujer de veintiséis años amenazaba con saltar desde el puente Seattle Memorial. Los puentes suelen ser lugares muy apreciados por los suicidas, aunque algunos de ellos atraen a más suicidas de lo habitual, como el Golden Gate de San Francisco, que se vio en la obligación de instalar teléfonos para que los suicidas tuvieran línea directa con experto encargado de disuadirles. Podéis leer más sobre ello en Si quieres suicidarte, nunca te tires de un puente.
Lo que ocurre con los suicidas de los puentes es que éstos, en muchas ocasiones, deben desplazarse en coche hasta el susodicho puente, y el coche debe estacionarse. En el caso de la mujer de Seattle, el coche no fue estacionado en un aparte, sino en medio de la calzada, originando un considerable atasco de tráfico. Los curiosos también ralentizaban el tráfico en los otros carriles.
La mujer, encaramada en la verja, amenazaba con saltar. La policía trataba de negociar con ella. Sin embargo, los conductores, hartos de tanto esperar, empezaron a tocar el claxon, y algunos gritaron cosas como “¡Hazlo! ¡Salta ya, coño! ¡Acaba de una vez!”. La mujer finalmente saltó y cayó al río desde una altura equivalente a dieciséis pisos (aunque sobrevivió).
Esta clase de muchedumbres que incitan a que el suicida se mate no son anecdóticas. De hecho, según el sociólogo Leon Mann, son más frecuentes por la noche, pues así uno puede pasar más fácilmente desapercibido en mitad de una masa de gente. Tal y como explica James Surowiecki en Cien mejor que uno:
En cualquier muchedumbre, como ha demostrado Granovetter, habrá siempre algunas personas que no cometerán desafueros en ningún caso, y otras que están casi siempre dispuestas a armar jaleo. Éstos son los llamados “instigadores”. Pero la mayoría se sitúa en una postura intermedia. Su disposición para armarla depende de lo que hagan otros elementos de la multitud. En términos más concretos, depende de si los alborotadores son muy numerosos; cuanto más abunden éstos, más personas decidirán sumarse a los disturbios.
Ver 30 comentarios