Hay muchos neurotransmisores implicados en distintas sensaciones de placer, aunque podríamos resumirlos en tres. Los niveles de estas sustancias cerebrales son tan cruciales a la hora de determinar cómo nos sentimos que las sustancias adictivas las explotan para inducir las sensaciones de placer asociadas.
Son las siguientes:
Dopamina
El sistema dopaminérgico de recompensa está involucrado en la alegría anticipada, la motivación y la atención relacionada con el placer. La hormona fue descubierta por Arvid Carlsson y Nils-Åke Hillarp en 1952 en el Laboratorio de Farmacología Química del Instituto Nacional del Corazón en Suecia. Se biosintetiza principalmente en el tejido nervioso de la médula de las glándulas suprarrenales).
La dopamina es un juez de las expectativas que tenemos sobre las cosas. Un chasco induce un nivel bajo de dopamina. Cuando una persona realiza una acción que satisface una necesidad o sacia un deseo, esta hormona produce una sensación de placer. La descarga de ésta actúa como señal de que la actividad que la desencadenó promueve la supervivencia y la reproducción.
Serotonina
Desde la aparición del Prozac, este neurotransmisor ha pasado a ser el protagonisa del bienestar. Es una monoamina neurotransmisora sintetizada en el sistema nervioso central y en el tracto gastrointestinal.Los altos niveles de serotonina se asocian a la serenidad y el optimismo. También se produce una mejora en la concentración, la autoestima y el estrés.
Niveles altos de serotonina implican que nos sentiremos menos vulnerables a potenciales agravios, sobre todo de nuestra autoestima. Así pues, la serotonina es como un chute de ego. Una buena forma de estimular la serotonina de forma natural es practicando ejercicio físico.
Oxitocina
Junto a la vasopresina, la oxitocina interviene en el enamoramiento, el orgasmo, el apareamiento y el amor maternal. Los autistas, por ejemplo, carecen de estos neurotransmisores. Tal y como explica el neurólogo holandés Dick Swaab en su libro Somos nuestro cerebro, a propósito de cómo la fluctuación de estos neurotransmisores, ya fuera a través de una enfermedad o una creencia muy profunda, intervenía decisivamente en la felicidad:
Algunas personas son capaces de provocarse el sentimiento de felicidad. Las monjas que revivían su amor extático por Dios mientras se las monitoreaba mediante una resonancia magnética presentaban ciertamente cambios en la actividad de las estructuras del cerebro relacionadas con la gratificación. Un tumor cerebral en el lóbulo temporal también puede inducir a esa clase de experiencias de felicidad extática, como al sentir un contacto directo con Jesús. Después de que el tumor hubiese sido extirpado, la persona no volvió a tener esas experiencias.
Un reciente estudio, realizado por Mark Ellenbogen y Christopher Cardoso, investigadores del Centro de Investigaciones en Desarrollo Humano de la Universidad de Concordia, también sugiere que la oxitocina incrementa la confianza hacia las demás personas y evita el rechazo social.
Así son los tres neurotransmisores que definen nuestra felicidad y que, junto a otros, definen también nuestra personalidad. Steven Johnson incluso va más allá determinando que los neurotransmisores, si bien no pueden describir nuestra personalidad por completo, sí pueden hacerlo un poco mejor que los rasgos que hoy en día solemos señalar, tal y como explica en su libro La mente de par en par:
Es perfectamente posible que llegue el día en el que podamos identificar a nuestros buenos amigos en función de una breve descripción de sus niveles medios de neurotransmisores (“¿Serotonina alta, dopamina baja, estrógeno medio? ¡Seguro que es Carla!). ¿Describirá esto plenamente a la persona, captará su esencia? Por supuesto que no. Pero sí puede ser más revelador que describir a alguien como varón de metro ochenta y ocho centímetros, setenta kilos de peso, y el mayor de los hermanos.