Lo que Hartfield y Cacioppo concluyeron es que no sólo contagiamos gestos sino también emociones, hasta niveles insospechados. Más o menos todo lo hemos intuido: cuando estamos con alguien que está de buen humor, nosotros también nos animamos.
Pero la idea es un poco más compleja. Creemos que la emoción va de dentro a fuera. Pero el contagio emocional viene a decir que lo contrario es también cierto, que si consigo que la otra persona sonría, quiere decir que puedo hacer que se sienta alegre. Y si logro que el otro ponga cara de pena, conseguiré que se sienta triste. En ese sentido, la emoción viaja de fuera a dentro.
Es decir, que si pensamos en las emociones como una cosa que puede desencadenarse por un simple movimiento de músculos faciales, entonces podemos llegar a entender mucho mejor cómo ciertas personas ejercen una gran influencia en los demás. O sea, que si hay personas que expresan mejor sus emociones es porque resultan mucho más contagiosos de las mismas.
Los psicólogos llaman a esta clase de personas “emisores”.
Estas personas, al parecer, tienen una localización de los músculos faciales diferente al resto de gente, tanto en su forma como en su prevalencia.
Howard Friedman, psicólogo de la Universidad de California, en Riverside, ha desarrollado lo que él denomina el test de comunicación afectiva. Lo usa para medir est capacidad de emitir emociones y contagiarlas a los demás. Consiste en un cuestionario de trece preguntas. Por ejemplo: si uno es capaz de estarse quieto mientras escucha buena música de baile, si su carcajada es muy fuerte, si toca a sus amigos mientras habla con ellos, si se le dan bien las miradas seductoras, o si le gusta ser el centro de atención. La puntuación más alta es de 117 puntos, y la media, según Friedman, es de unos 71 puntos.
Las personas con puntuaciones más elevadas, aparentemente, serían individuos aquejados de una enfermedad tremendamente contagiosa. El contagio emocional. La capacidad de hacernos sentir como ellos se sienten.
Para demostrarlo, Friedman mezcló a los que obtuvieron puntuaciones más altas con los que tuvieron puntuaciones más bajas. Previamente, todos ellos rellenaron un cuestionario en el que se medía cómo se sentían en ese momento. Después de formar parejas en habitaciones separadas formadas por una persona de alta puntuación y otra de baja, tras sólo dos minutos de interacción, se les volvió a pedir que rellenaran un nuevo cuestionario sobre cómo se sentían.
Friedman descubrió que, en sólo dos minutos, y sin haber cruzado palabra, los que habían tenido puntuaciones bajas habían terminado contagiados por el humor de los que tenían más puntuación. Nunca fue al contrario.
Tenedlo en cuenta a la hora de escoger la gente que os rodeará.
Vía | La clave del éxito de Malcolm Gladwell
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