Todos nos autoengañamos en mayor o menor medida. Y lo hacemos sobre toda clase de cosas, sobre todo cosas de las que ni siquiera somos muy conscientes.
Esto queda en evidencia de forma muy clara cuando nos someten en una encuesta de cualquier tipo: debido al llamado sesgo de deseabilidad social, responderemos a los encuestadores (y también a familiares y amigos) que somos mejores de lo que somos en realidad: que no votamos determinado partido político estigmatizado, que vamos más al gimnasio de lo que vamos, que leemos más libros, que somos más buenas personas...
Sesgos anywhere
Tendemos a desear autoconvencernos de que somos mejores de lo que somos en todo. Por eso, falseamos lo que decimos de forma más o menos sutil. ¿Por qué? El antropólogo Robert Trivers, de la Universidad Rutgers de New Brunswick, en Nueva Jersey, argumenta que cuando nos hemos engañado a nosotros mismos no tenemos que trabajar tan duro para engañar a otros.
También solemos presentarnos como más competentes que la media, por ejemplo conduciendo nuestro coche. Porque cuando hablamos de nosotros mismos preferimos hablar más del tipo de persona que querríamos ser que de la persona que somos.
Detrás de todo esto también está el llamado efecto del lago Wobegon, una población ficticia de Minnesota en la que, según el escritor Garrison Keillor, “todas las mujeres son fuertes, todos los hombres son guapos y todos los niños están por encima de la media”. Debido a este efecto, solemos creernos por encima de la media (algo estadísticamente imposible).
Para probar en qué ámbitos nos autoengañamos más o menos, en 2008 se llevó a cabo un estudio en el que los sujetos mentían acerca de prácticamente todos los elementos que conforman su identidad: sus capacidades en áreas muy diversas, su condición psiquiátrica, su régimen de ejercicio, sus emociones, el comportamiento con su pareja y su dieta.
Sin embargo, hubo áreas en las que los sujetos tendían a mentir menos, tal y como abunda en ello Derek Thompson en su libro Creadores de Hits:
Por ejemplo, la religión. Creer en Dios es quizás uno de los pocos rasgos más fuertes que el deseo de una persona de ser aceptada.
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