La moralidad parece que solo pueda emanar de las sacristías o de los tribunales, pero hay suficiente evidencia para sospechar que la moralidad también viene de serie, tiene una base biológica.
Es lo que trató de demostrar un grupo del MIT dirigido por Rebecca Saxe, que identificaron una región del cerebro (la unión temporoparietal derecha) que se activa cuando nos ponemos en la piel de los demás, cuando intentamos averiguar qué están pensando.
Para ello, solicitó una serie de voluntarios para que juzgaran moralmente el comportamiento de otras personas, tal y como explica José R. Alonso en su libro La nariz de Charles Darwin:
En un ejemplo, una mujer llamada Grace invitaba a café a su amiga Mary pero al prepararlo se equivoca y en vez de azúcar, añade un veneno y Mary muere. En otra historia, parecida pero diferente, Grace echa en el café lo que considera que es veneno, pero en realidad es azúcar y a Mary no le pasa nada. Los sujetos del experimento tenían que puntuar éste y otros escenarios comparables donde se “valoraba” o no a un sujeto. En el estudio, tenían que puntuar en una escala de 1 a 7, las distintas actuaciones desde “prohibido (1)” a “guay (7)”. En el ejemplo que he puesto, prácticamente todos los “conejillos de indias” disculpaban a Grace por su confusión, considerándolo un “accidente”, pero la sancionaban, puntuándola muy bajo, cuando había en ella intención de causar daño.
Más tarde, todos los voluntarios que habían participado en esta valoración moral, fueron sometidos a una sesión de estimulación magnética transcraneal, aplicándose el campo magnético a la zona de la unión temporoparietal. Estos campos magnéticos distorsionan temporalmente la capacidad de las neuronas de comunicarse entre ellas mediante señales eléctricas.
El resultado fue que las personas (el grupo experimental) cambiaba su juicio y valoraban más el resultado final. Si la amiga de Grace había sufrido daño eran más los que la condenaban aunque no hubiese mala intención y viceversa, si la amiga había resultado indemne, el porcentaje de los que eran benévolos con Grace también aumentaba a pesar de su comportamiento criminal. Es interesante que esa forma de actuar se parece más a la de los niños pequeños, en torno a tres años, donde juzgarían directamente el resultado del acto sin entrar a matizar la intención, la bondad o maldad con la que se inició un episodio.
Y es que ya decía Groucho Marx aquello de “Estos son mis principios. Si no le gustan, bien… tengo otros.”
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