A menudo, cuando abrazas una ideología o un objetivo, parece que es condición sine qua non abrazarla en todos sus aspectos, incluso los que más chirrían, so pena de que el enemigo ideológico advierta una fisura por la cual colarse de rondón e invadirnos. Yo soy de la opinión contraria: si debemos luchar por una idea, hay que ser continuamente autocríticos con la misma, a fin de no dar pábulo a los enemigos de la misma, a fin de no dar oportunidad a nadie de que sea saboteada.
Las ideas, en suma, deben presentarse tan rutilantes como sólidas, o un simple soplido podrían desmoronarla por completo.
Esta pequeña reflexión personal viene a colación de las actividades, encomiables todas, de la denominada Plataforma de Afectados por la Hipoteca (PAH) en general, y de Ada Colau, una de sus portavoces, en particular. Quede, pues, la crítica siguiente no como una forma de ningunear su causa, sino de fortalecerla contra las críticas de quienes realmente quieren ningunearla.
La crítica viene a cuento de sus cifras sobre suicidios a causa de los desahucios, que a tenor de las estadísticas, incurren en una falacia bastante común con la que los científicos se hallan familiarizados y que puede resumirse según las siglas en inglés de CINAC (Correlation is not a cause), es decir, “La correlación no es un vínculo causal”. O en román paladino: que de existir mayor porcentaje de suicidios en España, no sabemos cuál es la causa, y resulta irresponsable aducir que dicha causa es otro fenómeno que está sucediendo simultáneamente: los desahucios.
A esto se suma otro agravante: que en España no hay un mayor porcentaje de suicidios.
Pero detengámonos un poco más en el CINAC. Los científicos sociales están acostumbrados a esta clase de problemas, pues los hechos que estudian están influidos por innumerables variables, no siempre controlables, no siempre evidentes. Es lo que llaman comúnmente como “problema espinoso”.
Diferenciar un problema espinoso de uno que no puede categorizarse como tal no es tarea sencilla. Por ejemplo, en Nueva York parece muy difícil encontrar un taxi entre las cuatro y las cinco de la tarde, pero ello no tiene nada de misterio; no podría afirmarse, pues, que estamos ante un problema espinoso (si queréis saber la sencilla razón de este hecho, os recomiendo la lectura de ¿Por qué es imposible conseguir un taxi entre las cuatro y las cinco de la tarde en Nueva York?).
Los problemas espinosos presentan varias características, tal y como las define el profesor de periodismo Jay Rosen en Este libro le hará más inteligente, editado por John Brockman:
No solo resulta difícil establecer en qué consiste el problema mismo, sino que cuesta definirlo claramente, o señalar dónde empieza y dónde acaba. No existe una forma “correcta” de enfocar el problema en cuestión, ni puede dársele una formulación definitiva. El modo en el que se estructure modificará el aspecto de lo que consideremos una solución. Siempre podrá haber alguien que diga que ese problema no es más que un síntoma de otro problema distinto, y de hecho ese alguien no andará desencaminado. Son muchos los proponentes de soluciones, y todos ellos enmascaran el problema a su manera, tendiendo a considerar que su particular enfoque es el único que cabe juzgar correcto. (…) Peor aún: todo problema espinoso es único, de modo que en cierto sentido no existen antecedentes ni historial que puedan servir de referencia (y además la resolución de uno de esos problemas no nos servirá de ayuda cuando tratemos de solucionar los otros. (…) Nunca se obtiene una solución definitiva. (…) No es posible proceder primero a una comprensión del problema y luego a su resolución, antes al contrario: lo que sucede es que al tratar de solucionarlos no conseguimos sino empezar a descubrir nuevas dimensiones de la problemática misma.
A esta clase de problemas espinosos, pues, pertenecen rompecabezas como el cambio climático, la violencia de género, la piratería o, indiscutiblemente, el fenómeno del suicidio. Podéis profundizar más en cómo se propagan los suicidios en el artículo El efecto Werther: cuando el suicidio se vuelve contagioso.
Emplear, en consecuencia, el argumento del incremento de suicidios para avalar determinada posición ideológica (con la que, insisto, concuerdo) no sólo resulta endeble e ineficaz, sino irresponsable. Máxime cuando, repito, las estadísticas muestran que en España no han aumentado los suicidios, y no existen evidencias de que los desahucios hayan disparado los suicidios. Tales datos los podéis consultar en “La relación entre crisis y suicidios”, un magistral artículo de Joge Galindo y Kiko Llaneras en Politikon (os recomiendo también que leáis todos los comentarios del artículo, que también aportan estudios al respecto).
Según los datos del INE, incluso desde el comienzo de la crisis, se observa una tendencia de descenso de suicidios en España. Por otro lado, España destaca por ser uno de los países con menor tasa de suicidios del mundo. La correlación entre suicidios y desempleo, de momento, es sólo eso: una correlación influida por el perfil socioeconómico del individuo, su red de seguridad familiar, y su acceso a la provisión estatal de servicios sociales. Vivir en un lugar feliz, deprime más a los infelices, como se señala en otro estudio. Y así, ad infinitum. Estamos, pues, ante un problema espinoso, y tratar de presentar que no lo es de forma torticera, y obviando su complejidad inherente, sólo ayudará a convencer a ciudadanos desinformados. Lo cual dista mucho de la idea de convencer que deberíamos tener todos.
Ante un problema espinoso, pues, deberíamos exigir la intervención de individuos creativos, pragmáticos, flexibles y proclives a la colaboración, como espero que sea Ada Colau y sus adláteres. Y también espero, por el bien de todos, que sigan los consejos de Jay Rosen a propósito de cómo enfrentarse a un problema espinoso proclive al CINAC:
Por regla general, tendrán que ser personas que no inviertan demasiadas energías en las ideas que se les pasen por la cabeza, puesto que sabrán a ciencia cierta que no les quedará a la postre más remedio que modificarlas. Sabrán también que no existe un punto de partida correcto para iniciar las pesquisas, de modo que tendrán que estar dispuestas a limitarse a empezar por algún lado y a esperar a ver qué es lo que sucede después. Deberán aceptar el hecho de que lo más probable es que acierten a comprender el problema una vez que se haya resulto (no antes). No acariciarán tampoco la expectativa de obtener una buena solución, así que continuarán trabajando hasta topar con algo que les parezca lo suficientemente válido. No deberán abrigar en ningún caso la convicción de que sus conocimientos solventarán el problema, de modo que se pasarán el tiempo contrastando sus ideas con varias de las partes interesadas a fin de comprobar la solidez de sus planteamientos.
Unos consejos que, dicho sea de paso, deberíamos aplicarnos todos, nos dediquemos a la investigación científica o no.
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