Uy, uy, que el 10 % me hace daño

Uy, uy, que el 10 % me hace daño
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Todos sentimos cierta predilección por los números redondos, en particular los múltiplos de diez. Por ello no es difícil oír que sólo usamos el 10 % de nuestro cerebro; o que el 10 % de la población estadounidense es homosexual.

Si nuestro sistema métrico no fuera decimal sino de base 12, tal vez las estadísticas más populares serían otras.

Así pues, un 10 % de algo puede ser un porcentaje significativo según el contexto, pero puede no serlo en absoluto a pesar del atractivo psicológico subyacente.

Este mecanismos es más evidente en asuntos que tienen que ver con nuestra salud, y así acabamos malinterpretando los riesgos reales o cogiéndonosla con papel de fumar con asuntos banales. Por ejemplo, las drogas causan una gran alarma social (qué madre no está preocupada por ello), genera debates, miles de estadísticas, informes toxicológicos, cifras de muertos, etcétera.

Pero las drogas en las que se concentra todo este armamento psicológicamente sensible son, sobre todo, la cocaína y la heroína, cuando el alcohol mata diez veces más, y el tabaco casi cien veces más.

Como ha dicho el físico H. W. Lewis, las centrales nucleares despiertan el temor de la mayoría de los ciudadanos de Estados Unidos, pero el prosaico problema del plomo en la pintura vieja y la cañerías antiguas ha causado mucho más daño.

Los ecologistas más gregarios y alarmistas ondean pancartas en las que se pone en evidencia el riesgo de los pesticidas fabricados por el ser humano, pero nunca veremos pancartas donde se lea ¡CACAHUETES, NO! A pesar de que, tal y como indica el célebre bioquímico Bruce Ames, ingerimos 10.000 veces más pesticidas naturales: el estragol de la albahaca, las hidrazinas de los hongos, las aflatoxinas de los cacahuetes…

Las preocupaciones privadas acaban trasladándose a las acciones públicas, generando engendros como la Cláusula Delaney de la Ley sobre Alimentación y Consumo de 1958, que exige que ningún aditivo se considere seguro si se descubre que produce cáncer en personas o animales.

Desde su promulgación, el radio de acción de la ley se ha ampliado hasta incluir pesticidas y otros contaminantes, pero sin especificar en ningún momento el nivel mínimo permitido. Y con los riesgos de poca monta, han quedado muy poco dinero y ganas de afrontar peligros más contundentes aunque menos vistosos.

Personas que conducen mirando continuamente el móvil o comiendo patatas fritas sin hacer nunca deporte, no dudan en echarse las manos a la cabeza cuando les hablan de productos tóxicos, agentes químicos y residuos contaminantes. El benceno en el agua mineral, restos de pesticidas en las verduras, Alar en las manzanas, asbesto en las aulas y residuos químicos en el suelo, el agua y el aire. Lo cual no deja de ser irónico.

Y, además de irónico, y de constituir un mal cálculo de probabilidades y riesgos, constituye un ejemplo flagrante de miopía moral, tal y como señala el filósofo Julian Baggini:

Preocuparnos del incremento infinitesimal del riesgo que supone para nuestra salud beber agua no filtrada o comer fruta con cantidades minúsculas de pesticidas, cuando mil millones de personas carecen de acceso al agua potable y cuando quince segundos muere un niño de alguna enfermedad relacionada con el agua, parece miopía moral en su grado más narcisista.

Vía | Un matemático lee el periódico de John Allen Paulos / ¿Se creen que somos tontos? de Julian Baggini

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