Mi cerebro no está preparado para pensar en la humanidad globalmente, y mucho menos para establecer comparaciones relativas con ella en su conjunto. Además, a este efecto contribuye un poderoso sesgo egoísta y endogrupal. De no ser así, nadie en el Primer Mundo se lamentaría de su mala fortuna o de haber perdido su puesto de trabajo o de llegar con dificultad a final de mes: bastaría con compararnos con los ciudadanos del Chad.
Por el contrario, tendemos a compararnos con nuestros pares, nuestros semejantes. Los individuos que están dentro de nuestra burbuja.
Ciencia, creencias e ignorancia
Precisamente porque vivimos en burbujas informativas y culturales, a muchos de nosotros nos sobrecogieron los resultados de la última encuesta del FECYT acerca del nivel de conocimiento científico de la sociedad. Un buen porcentaje continúa pensando que el Sol gira alrededor de la Tierra. O que la homeopatía es un medicamento científico. Y nos sobrecoge porque vivimos en una burbuja. España es muy grande, y en ella cabe mucha gente que nos parecería marciana a efectos culturales. No es necesario viajar al Chad para notar que vivimos en burbujas.
Yo mismo realicé no hace mucho un experimento personal al respecto. Me introduje de incógnito en una red social para hacer amigos (aunque sobre todo contactos románticos y sexuales) y pregunté a trescientas personas, de forma aleatoria, si les gustaba leer y qué libro que me recomendaban. Las respuestas fueron tan típicas, tan de manual, que daba miedo. Las respuestas eran propias de personas que no leen, o que si leen ni siquiera les da vergüenza admitir lo que leen (Cincuenta sombras de Grey, Pablo Celho, los aforismos de chichinabo de Mr Wonderful, esa clase de cosas). Parte de ese experimento lo reflejé en mi libro Cultiva tu memesfera, que precisamente habla de burbujas y de memes, de infoesferas, de comunidades culturales invisibles.
Aunque a mí me gustara leer semejantes libros (que pudiera ser, porque consumo mucha basura considerada como tal como la elites intelectuales), no lo admitiría ante un desconocido que me pregunta sobre mis inquietudes culturales. Automáticamente me pondría en guardia y trataría de demostrar sin género de dudas que no soy un iletrado que se guía por el gusto común de la masa gregaria. Sin embargo, hay gente (de hecho, todas, absolutamente todas las personas con las que contacté), que no sintieron rubor al confesarme que leían lo típico que en mi burbuja se considera lectura de no lector. Y eso es porque ellos, todos ellos, vivían en burbujas donde admitir que se leen esos libros se considera adecuado, inteligente, cultureta.
Dentro de las burbujas hay burbujas aún más pequeñas, que sin bien no están desconectadas de la burbuja mayor, viven un poco al margen. Otras burbujas confluyen ligeramente con las vecinas. Imaginad un diagrama de Venn. Y esto viene a cuento a propósito de que los científicos son ateos.
Científicos ateos
A menudo, los creyentes más inseguros con sus creencias suelen aducir que hay un gran porcentaje de científicos que también es creyente, así que, ellos no pueden estar equivocados (dado que consideran al científico como el epítome de la razón empírica y no les importa tropezar en un argumento ad populum).
Sin embargo, un científico creyente es como un científico del Real Madrid. Uno puede conducirse por el exigente método científico en su trabajo, pero fuera de él también puede escoger una opción sobre otra por diversos motivos. Lo que se trasluce de las palabras del creyente, entonces, es que un científico, por sistema, debe tener la mente tan bien ordenada que en ella no cabrían una creencia estúpida. Pero eso no es cierto. Sobre todo si tenemos en cuenta que los científicos también viven en burbujas.
No es lo mismo un biólogo que un físico, por ejemplo. Y tampoco lo es un licenciado en Física respecto a un investigador en Harvard. Y dentro del grupo de Harvard también habrá burbujas más pequeñas. Investigadores más perspicaces que otros. Investigadores que llegaron hasta allí con menor grado de enchufe o suerte. Incluso investigadores fanáticos del fútbol, o de la religión, o de lo que sea (asesinos, pedófilos y un largo etcétera incluido).
Así que lo más interesante de esta estado de cosas no es tanto si Dios existe o no (eso no lo sabemos, pues un ateo no dice que Dios no existe, sino que no necesita de su existencia para explicar la realidad al igual que no necesita los unicornios, y si se demuestra que existe Dios tampoco necesitará preguntarse quién creó a Dios). Lo más interesante es que haya tanta gente creyente. El 95% de los estadounidenses cree en Dios. En Países Bajos, solo es atea el 14 % de la gente.
Ser ateo es una anomalía. Pero todo depende de la burbuja. Si en literatura no tuviéramos en cuenta las burbujas deberíamos admitir que la capacidad lectora del ser humano es vergonzosa. Pero también se venden muchos libros de Voltaire (en Francia, durante el Día del Libro, la obra más vendida fue una de Voltaire, frente a España, donde la obra más vendida fue un manual de cocina). Es decir, que las burbujas importan. Nos demuestran que no debemos tirar la toalla. Que el mundo es siniestro y tenebroso, pero que hay pequeñas luces titilantes que nos dan esperanza.
Y entre los científicos también hay burbujas a tener en cuenta. Ser científico es relativamente fácil. Hace falta ser muy cazurro para no obtener una licenciatura en muchas de las disciplinas científicas. Yo conozco gente que apenas sabe escribir y no ha leído un libro en su vida y es licenciado. Pero las cosas cambian si nos centramos en burbujas.
Entre los científicos de Estados Unidos hay un 39 % de creyentes, un porcentaje muy inferior al 95 % de la población general, pero aún continúa siendo llamativo. Pero si nos centramos en la burbuja de los científicos de la Academia Nacional de las Ciencias estadounidense, entonces el porcentaje de creyentes es del 7 %. Los miembros de la Real Sociedad para el Avance de la Ciencia Natural de Inglaterra solo tiene un 3 % de religiosos. Como señala el neurólogo Dick Swaab en su libro Somos nuestro cerebro: “Una metaanálisis muestra además la existencia de una correlación entre la aparición del ateísmo con el nivel de educación y el CI.”
Si no existieran las burbujas, nadie podría quejarse de su mala suerte: bastaría con compararse con un chadiano. Si no existieran las burbujas, me volaría la tapa de los sesos ante la estulticia generalizada. Afortunadamente, existen. ¿Te vienes a la mía?
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