Una de mis películas favoritas, allá por los años 1980, cuando era aún un niño, era Juegos de guerra. Hoy en día es una película de culto (y tengo constancia de que están llevando a cabo su remake), pero en su día fue todo un hito, pues tenía un planteamiento adulto a pesar de estar enfocado a un público adolescente. Además, era la primera vez que en una película se abordaba seriamente en panorama contemporáneo de la informática y sus consecuencias.
Irónicamente, tal y como sucedía en la película, el año de su estreno se produjo el llamado Incidente del equinoccio de otoño. En él, un satélite ruso informó del lanzamiento de un misil balístico intercontinental estadounidense desde la base de Malmstrom en Montana. En solo veinte minutos alcanzaría la URSS. En realidad fue un error de interpretación, pero de haber hecho caso sumiso a la tecnología, tal vez se hubiera desencadenado la Tercera Guerra Mundial.
A pesar de que la ciencia suele asociarse al icono popular de Mad Doctor, un científico loco cuya máxima aspiración es dominar el mundo, trabajar para poderes ocultos o incluso desdeñar la especie humana, lo cierto es que la mayoría de científicos no son así. Y, en cualquier caso, la ciencia no sería responsable en ningún caso de que, posteriormente, haya gente que emplee sus hallazgos de forma cruel. Es como acusar al inventor del cuchillo de todos los asesinatos perpetrados por un psycokiller.
Algunos de los ejemplos contemporáneos más conocidos de la posición anti-belicista de los científicos los encontramos en personajes como Alfred Nobel, que se hizo rico gracias a las aplicaciones de la dinamita en la minería. Pero la dinamita también fue la responsable de muchas muertes, de modo que Nobel acabó fundando los premios que llevan su nombre, acaso un acto filantrópico para descargar un poco su conciencia.
Pero el ejemplo más paradigmático fue el de Bertrand Russell, autor de Principia Mathematica, que llegó a recoger firmas de sus compañeros de la universidad instando a Inglaterra a permanecer neutral en la inminente Gran Guerra. Pero uno de sus gestos a propósito del pacifismo lo recoge Fernando Blasco en su libro El periodista matemático:
En 1955, Bertrand Rusell escribió un documento conocido como Manifiesto Rusell-Einstein, que fue suscrito por otros diez científicos, nueve de ellos galardonados hoy con el Nobel. Los firmantes, por orden alfabético, era: Max Born, Percy W. Bridgman, Albert Einstein, Leopold Infeld, Jean Frédéric Joliot-Curie, Herman J. Muller, Linus Pauling, Cecil F. Powell, Józef Rotblat, Betrand Russell y Hideki Yukawa. En este caso, las matemáticas y la física se pusieron al servicio de la paz.
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