“Nadie puede predecir el futuro. Todo lo que podemos hacer es perfilar posibles futuros”, es lo que podemos leer en el Reader´s Digest de febrero de 2001. “Cualquier tecnología lo suficientemente avanzada es indistinguible de la magia”, es otra de las frases que le podemos adjudicar al niño que dibujó el mapa de la Luna.
“Cuando un anciano y distinguido científico afirma que algo es posible, probablemente está en lo correcto. Cuando afirma que algo es imposible, probablemente está equivocado”. También esta frase fue escrita por el anterior niño, ya adulto, llamado Arthur C. Clarke.
Arthur C. Clarke no solo ha sido uno de los mejores escritores de ciencia ficción de la historia, autor de, por ejemplo, 2001: una odisea en el espacio, sino que estimuló, con sus obras, a millares de jóvenes que más tarde se convertirían en científicos o astronautas.
Durante su infancia, Clarke, incluso, llegó a dibujar un mapa de la Luna con la ayuda únicamente de un telescopio casero, tal y como explica Sonia Fernández Vidal en su libro Desayuno con partículas:
En 1945 publicó un artículo esencial para el desarrollo de los satélites artificiales: “El futuro de las comunicaciones mundiales: ¿pueden las estaciones de cohetes proporcionar una cobertura de radio mundial?”. De hecho, la órbita geoestacionaria fue llamada Órbita Clarke en su honor, y se le considera el inventor del primer satélite de comunicaciones.
En 1981, el asteroide 4923 fue bautizado con su nombre, aunque él se lamentó de que no hubiera sido elegido para el asteroide 2001, que ya tenía nombre “asignado a un tal A. Einstein”, según sus propias palabras.
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