Si os desvelo quién inventó el radar de velocidad es probable (sobre todo si atesoráis alguna multa por exceso de velocidad) que agarréis los palos y las antorchas y os dirijáis a su domicilio, en plan turba, para exigir que baje a dialogar amistosamente con sus conciudadanos.
Sin embargo, el inventor del radar no tiene la verdadera culpa de vuestras multas. No estoy sugiriendo que os multaron exclusivamente por vuestra mala cabeza, bajad las antorchas, lo que estoy diciendo es que el inventor del radar no diseñó su invento para cazar a los que se excedían con la velocidad… sino justo lo contrario.
El fulano del que os hablo es Maurice Gatsonides (1911-1998), un ingeniero holandés. Lejos de ser un defensor de la seguridad vial, fue el primer piloto de rallyes profesional. Alcanzó la cima de su carrera en 1953, al resultar vencedor del rally de Monte Carlo en un Ford Zephyr por solo tres segundos.
Lo que Gatsonides pretendía con su invento era mejorar la velocidad al girar esquinas… es decir, correr todavía más. Su primer diseño consistió en dos bandas de goma sensibles a la presión tendidas sobre el asfalto. Al pisar la primera, activaba un cronómetro, que se detenía al pisar la segunda. Las matemáticas hacían el resto. En diseños posteriores, Gatsonides incorporó una cámara con flash (sí, el maldito flash) para incrementar la fiabilidad del instrumento y determinar cuánta velocidad adicional podía ganar acometiendo la esquina desde distintos ángulos.
Más tarde, por puro negocio, Gatsonides aceptó que sus instrumentos se usaran para cazar a fitipaldis. Pero él mismo afirmó: “Mis propios radares me pillan con frecuencia y me encuentro con multas enormes en el buzón. Me encanta la velocidad.” Todo un cachondo, sin duda
Pero ¿realmente los radares sirven para aumentar la seguridad viaria o solo para llenar los bolsillos de la Administración? Bien, hay radares y radares, pero por lo general parece que la balanza se inclina hacia el aumento de seguridad, tal y como explica John Lloyd en su libro El pequeño gran libro de la ignorancia:
En 2006, el Departamento de Transporte británico publicó un estudio llevado a cabo a lo largo de cuatro años en el que se concluía que la velocidad en las zonas donde había radares se había reducido en un 6 por ciento, y que la cantidad de muertos o heridos graves había caído en un 42 por ciento. Aunque los defensores del automóvil afirman que el exceso de velocidad solo es la causa principal del 14 por ciento de los accidentes con víctimas mortales (en comparación con las “distracciones del conductor”, que causarían un 68 por ciento), lo cierto es que la aplicación de los límites de velocidad ha tenido un efecto extraordinario sobre la cantidad de choques. En los diez años transcurridos desde que se impusiera el límite de treinta y dos kilómetros por hora en Londres, los accidentes se han reducido a la mitad.
Bien, ante estas cifras solo quiero soltar una pequeña píldora que dejo a vuestra reflexión: si los límites de velocidad de todas las carreteras se redujeran a 20 km por hora seguramente casi nunca habría accidentes mortales. Y si no saliéramos de casa, menos.
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