Wilhelm Conrad Röntgen (o Roentgen, depende de en qué idioma se escriba) fue un físico alemán que vivió entre 1845 y 1923. Sus trabajos de investigación empezaron centrándose en el calor específico de los gases (1870), y unos años más tarde publicó un artículo sobre la conductividad térmica de los cristales. La carrera de Röntgen permaneció ligada a los problemas relacionados con los campos electromagnéticos y las propiedades de los materiales y los fluidos. Quizás por este motivo, allá por la década de 1890 estaba inmerso en unos experimentos en los que intentaba comprender los fenómenos observables al hacer pasar una corriente eléctrica a través de un gas a una presión extremadamente baja. El por qué de este interés está claro si hablamos del tubo de rayos catódicos, que es un tubo en el que se encuentra confinado un gas a presiones bajísimas y al que se aplica una corriente eléctrica de voltaje intensísimo. Muchos otros científicos habían trabajado con este dispositivo, así que era bien conocido en la época en que Röntgen experimentaba con él.
Pues bien, estos experimentos llevaron al alemán al descubrimiento de lo que después sería asociado para siempre a su nombre: los rayos X, también conocidos por rayos de Röntgen. Ese descubrimiento fue casual y a la vez no lo fue. La mayoría de los descubrimientos se realizan porque las investigaciones distribuidas de muchos científicos hacen llegar el estado del arte hasta un punto en el que se destapan aspectos desconocidos, ya sea de la física, la química, la medicina, la biología,… A esto hay que sumar la capacidad de los investigadores para no desechar los fenómenos extraños sin más, sino empeñarse en verificarlos o refutarlos. Sólo entonces los buenos investigadores se van a dormir tranquilos. Trabajando con un tubo de vacío sellado con un cartón negro para privarlo de luz, las sales de de platino-cianuro de bario que impregnaban el cartón se volvían fosforescentes. Esto lo había observado al reproducir una experiencia con un tubo de Lenard, y Röntgen quiso reproducirlo. Dispuso un tubo y lo recubrió de la manera explicada, y la idea era colocar una placa de platino-cianuro de bario cerca del tubo para reproducir el experimento, como decíamos. Mientras se encontraba preparando la sala y el tubo, observó que al conectar la corriente una fosforescencia se podía distinguir en la habitación. Cuando logró ver dónde estaba el origen, descubrió que era la placa que iba a colocar en el tubo, pero que estaba lejos de él, en una mesa. Siguió investigando y conjeturo que algún tipo de radiación debía ser la culpable de ese efecto.
Denominó a esta radiación rayo X, porque no conocía su naturaleza, y en matemáticas, la incógnita suele llamarse x. Así, experimentando logró comprobar ciertas propiedades de estos rayos x, como que aparentemente podían atravesar muchos materiales (excepto el plomo). Incluso pensó en fotografiar el resultado de aplicar los rayos x a los diferentes materiales, incluida la mano de su mujer, que luce un anillo en el dedo y que constituye el primer röntenograma, o, como se llamaría mucho después, radiografía. Posteriormente se demostró que los rayos X tenían la misma naturaleza que la luz, pero eran de una mayor frecuencia. Estos trabajos, realizados principalmente en 1895, valieron a Wilhelm Röntgen el Premio Nobel de Física de 1901. Muchos cientificos quisieron atribuirse el descubrimiento, pero la verdad es que Röntgen hizo las experiencias a partir del descubrimiento medio casual, medio no casual, de las extrañas fosforescencias. Entonces, continuo y descubrió los rayos X y con ellos pudo ser posible un avance importantísimo en la medicina, por ejemplo, al lograr reducir el grado de invasión en el cuerpo humano, y detectar muchos problemas “a simple vista”.
Vía | Nobelprize.org
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