Abderhalden fue un médico suizo especializado en bioquímica que urdió uno de los casos más interesantes de fraude científico ocurridos en el pasado siglo. Un fraude que tiene que ver con la fermentación.
Fue a principios del siglo XIX cuando se descubrió la acción catalítica de determinadas sustancias orgánicas, mucho antes de que se conociesen sus propiedades químicas. Más tarde se desarrolló la nomenclatura sistemática de los enzimas, aunque por aquel entonces se ignoraba todo sobre su estructura molecular.
Willy Kuhne propuso en 1876 que los fermentos encontrados en las levaduras fuesen llamados enzimas (palabra griega que significa exactamente “en la levadura”).
Entonces llegó un profesor de fisiología y química fisiológica de la Universidad de Halle, entre 1911 y 1950, cuyo mayor descubrimiento sobre el tema fue la constatación de las denominadas enzimas defensivas, un tipo de proteína catalítica que se transformó en uno de los principales temas de discusión en sus artículos.
Sin embargo, estas enzimas no existen. Toda la obra de Abderhalden no era más que pseudociencia.
Según sus artículos, que fueron excelsamente tratados por la comunidad científica sólo porque Abderhalden gozaba de mucha reputación, sostenía que el organismo humano producía las enzimas defensivas cuando detectaba la presencia de una proteína extraña. Esto implicaba que el suero de las mujeres embarazadas contenía proteasas específicas de la placenta y se suponía que aquéllas, en su sangre, portaban enzimas defensivas para protegerse de las proteínas fetales.
El método de prueba era muy sencillo: se hervía la placenta y se trataba la proteína desnaturalizada con suero procedente de una mujer embarazada. Los péptidos producidos por la acción de los enzimas defensivos se sometían a diálisis y se reconocían mediante reacciones de biuret o nihidrina, empleados para detectar la presencia de péptidos.
Fue el bioquímico Leonor Michaelis, en 1913, descubrió el fraude: no detectaba diferencia entre el suero de las mujeres embarazadas y las que no lo estaban. Ni siquiera había nada relevante entre el suero obtenido de mujeres y el procedente de hombres. Era innegable que nadie había comprobado la veracidad del test de Abederhalden o jamás se hubiera publicado. De hecho, los resultados negativos de Michaelis no sentaron bien a la comunidad científica: su carrera científica en Alemania llegó a su fin y no pudo optar a la cátedra a la que tanto aspiraba.
Incluso la historia adopta un tono siniestro cuando entra en escena el doctor Josef Mengele, que, fascinado por el test de Abderhalden, decide ponerlo en práctica en los prisioneros del campo de concentración de Auschwitz (Abderhalden también era un gran defensor de la eugenesia, así que no es extraño que Mengele admirara tanto al suizo).
Mengele quería observar la producción de estas enzimas defensivas en miembros de diversas razas para demostrar las diferencias raciales.
Tras más de cuarenta años de estudio de las enzimas defensivas, miles de artículos publicados y centenares de prisioneros infectados con enfermedades mortales, la comunidad científica ha llegado a la conclusión de que tales proteínas nunca han existido y que los resultados obtenidos por Abderhalden son producto del voluntarismo cuando no, en el peor de los casos, de una manipulación deliberada.
Esto son algunas de las consecuencias nefastas que produce la falacia de autoridad cuando se aceptan mansamente los resultados de un científico simplemente porque el científico goza de una gran reputación en la comunidad científica.
Vía | Las mentiras de la ciencia de Dan Agin
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