Aquella tarde de 1782, a Joseph-Michel Montgolfier se le ocurrió que podía volar. La inspiración para ello, curiosamente, no vino de ningún libro, sino de los calzones de su mujer, tendidos en el campo junto a un fuego, que se ondeaban al viento, se hinchaba y casi parecían levitar.
Montgolfier no sabía qué era lo que provocaba aquella elevación, pero parecía evidente que el secreto residía en dos cosas: un fuego y una tela abierta y ligera.
Animales
Lo que hizo fue sostener el ingenio sobre una pequeña hoguera su primer invento: la primera prueba que hizo Montgolfier con un globo éste logró elevarse veinte metros del suelo. El globo estaba construido básicamente con una barquilla rectangular de madera cubierta de seda que pesaba 2,3 kg y medía menos de 1,5 metros de altura.
Más tarde, su segunda prueba la concibió con la ayuda de su hermano menor, Jacques-Eétienne, con una barquilla más grande, de 7 kg.
Probaron ambos entonces un tercer globo de nueve metros de diámetro. Para el envoltorio del globo, abotonaron varias tiras de seda revestidas de papel rígido. Y, además, probaron diversos gases para encontrar el más eficaz, desde el vapor hasta el hidrógeno.
Estas pruebas, además, fueron protagonizadas por animales: una oveja, un gallo y un pato que viajaron en una jaula que pendía del globo. Narra así esta gesta animal Sam Kean en su libro El último aliento de César:
Mientras el rey Luis XVI presenciaba la escena, llenaron el globo en pocos minutos. Entonces los quince hombres que lo retenían en el suelo lo soltaron. La multitud gritó al ver que el globo se tambaleaba ladeado mientras los animales graznaban y balanceaban. Pero el globo se enderezó al ascender, y acabó tocando tierra, sin daño alguno, a unos tres kilómetros de distancia.
Los primeros humanos
El 21 de noviembre de 1783, ayudaron a dos de sus amigos (un físico llamado Jean-François Pilatre de Rozier y un marqués de la región) a subir a la barquilla bajo un enorme globo anaranjado. Fueron los primeros humanos que flotaban en el aire.
A pesar de todos sus peligros y en ocasiones el terrible descontrol que acarreaba lidiar con el caprichoso viento, los vuelos en globo no tardaron entonces en convertirse en un espectáculo público en Europa. Algunos ofrecían incluso un pícnic a bordo para los pasajeros que se atrevieran a volar, entre el que se encontraba un pollo asado, cruasán y limonada. Todo muy chic.
Ver 3 comentarios