El 1 de septiembre del año 1859, la Tierra se tiñó de rojo, y afortunadamente aún no dependíamos de las tecnologías de las que dependemos ahora, pues en caso contrario se hubiera producido un colapso que probablemente hubiese diezmado la población.
Los marineros pensaban que navegaban en un mar de sangre, las redes del telégrafo sucumbieron y las auroras se vieron incluso en Madrid. El suceso se bautizó como «evento Carrington», en honor al astrónomo aficionado, Richard Carrington, descubridor del origen de aquel extraño fenómeno: la mayor erupción solar de la que se tiene constancia.
Afortunadamente, para 1859 apenas se habían cumplido quince años de la invención del telégrafo y la infraestructura eléctrica estaba realmente en su infancia en los países desarrollados, y prácticamente no existía en el resto del mundo. Si pasara algo así hoy en día, los efectos serían desastrosos. Y nos quedaríamos sin WiFi, claro. Por ejemplo, en marzo de 1989, una tormenta solar mucho menos intensa que la perfecta tormenta espacial de 1859, provocó que la planta hidroeléctrica de Quebec (Canadá) se detuviera durante más de nueve horas.
Si ahora se repitiera un evento como el Carrington, según un estudio de la Academia Nacional de Ciencias, el impacto económico total podría exceder los 2.000 millones de dólares en Estados Unidos o 20 veces mayor que los costos de un huracán Katrina.
Según los registros obtenidos de las muestras de hielo, una fulguración solar de esta magnitud no se ha producido en los últimos 500 años, aunque tienen lugar tormentas solares relativamente fuertes cada cincuenta años, la última el 13 de noviembre de 1960.
Ver 3 comentarios