En una charleta a propósito del poder de la ciencia para conocer la verdad, mi interlocutor me espetó, así en tono desdeñoso, que la ciencia solo es una colección de modelos del mundo, no el propio mundo.
Y yo pensé: pues claro, solo es eso... pero ¿te parece poco? La realidad es tan compleja, hay tanto por entender, que no podemos (aún) conocer la verdad (o la realidad en toda su amplitud). Pero los modelos nos permiten orientarnos, elaborar predicciones, saber cómo funciona una cosa a determinado nivel. Los modelos son, a fin de cuentas, lo que nos sacó de una era de tinieblas.
Modelos VS Realidad
Lo que persigue la ciencia son modelos: averiguar qué causa qué y cómo se causa, y comprobar que eso es consistente: si se dan las mismas circunstancias, se producen los mismos efectos, y podemos saber que esos vínculos causales son éste, éste y éste. La ciencia también se dedica a refinar los modelos, suprimiendo bucles que no sirven para nada.
Por consiguiente, la ciencia es extremadamente humilde es sus aspiraciones, pero, con todo, este simple procedimiento de acumulación de datos, proposición de modelos y reelaboración de todo mediante falsación nos ha permitido progresar extraordinariamente en apenas cuatrocientos años.
Por ello, precisamente, se desarrolló la ciencia en un tiempo tan reciente como el siglo XVII. Porque la ciencia es algo así como un mecanismo, un procedimiento, una máquina, un check list, que permite descartar todo lo que supera sus exigencias. Es un procedimiento o auditoría que está más allá de ideologías, religiones, patrones culturales muy marcados o hasta los propios vaivenes y caprichos de los cerebros de los científicos.
Ni siquiera vemos los rayos X, los rayos gamma, la luz infrarroja o la ultravioleta. Apenas oímos nada. Y nuestros modelos son simplificaciones. Pero gracias a eso, salimos de las tinieblas, como os explico en el siguiente vídeo:
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