La radiactividad parece algo que solo podemos experimentar cuando estamos en centrales nucleares, pero hay muchas cosas que nos rodean que la producen. Pero la radiación ionizante, que se mide con contadores Geiger, y es capaz de arrancar los electrones de los átomos y se encuentra a nuestro alrededor.
La dosis de radiación absorbida se mide en unas unidades llamadas sieverts, equivalentes a un julio entre kilogramo. Por el hecho de vivir en la Tierra, estamos recibiendo entre 1 y 1,5 milisieverts por año en función de la zona donde vivamos. Una dosis de 6 sieverts provoca la muerte en 14 días al 90% de las personas. Por debajo de 0,25 sievert se considera que no hay consecuencias.
Las cosas que nos rodean
Los distintos tipos de radiactividad de los alimentos producen en nuestros tejidos daños mínimos, pero computables. Hay radiactividad en las nueces de Brasil, en el café y en la carne roja. La radiactividad del plátano, por ejemplo, es bastante llamativa, como explica Sam Kean en el libro El último aliento de César:
Los plátanos contienen una cantidad de potasio-40, que es radiactivo, suficiente para que algunas veces los grandes cargamentos disparen los detectores de radiación de los puertos. Los científicos nucleares han creado incluso una media informal de la radiactividad cotidiana llamada dosis equivalente a un plátano o BED (por sus siglas en inglés). (...) Pero habría que comer veinte millones de plátanos para inducir un síndrome de irradiación, ochenta millones para morir seguro.
Además de la comida, y también del propio aire que respiramos en la Tierra, también hay que tener en cuenta los rayos cósmicos, unas corrientes de partículas subatómicas que tienen su origen en el esapcio profundo y bombardean nuestro planeta en cantidades inimaginables (hasta diez mil por metro cuadrado y segundo en algunos lugares).
No hay peligro porque la atmósfera filtra estos rayos, pero si volamos a gran altura, entonces la denisidad de la atmósfera en menor y y nos exponemos a una mayor dosis de rayos cósmicos. Por eso, el simple hecho de tomar un vuelo comercial provoca un bombardeo extra de radiactividad.
Un tripulante de vuelo está expuesto a unos 3 mSv al año. Tan solo los astronautas de la Estación Espacial Internacional quedan más expuestos, con 4,3 mSv de irradiación cósmica en la piel, y por eso la NASA no permite que pasen más de un año en órbita. Y todavía hay más cosas, incluso la arena de gato, que nos exponen a radiactividad, como explica Kean:
Los detectores de humo liberan partículas alfa, los viejos televisores liberaban rayos X. La arena para gatos tiene uranio, al igual que las revistas de papel satinado o las elegantes encimeras de granito.
A pesar de todo, no debemos preocuparnos de la radiactividad natural y cotidiana. Frente a todo lo dicho anteriormente, nada supera ni de lejos al acto de fumar. Los pulmones de un fumador, de media, reciben unos 160 milisieverts al año debidos al plomo y al polonio radiactivos que contienen los cigarrillos. O sea, que viva los plátanos.
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