A seis años de que el siglo XIX cambiara al siglo XX, un popular e influyente industrial norteamericano llamado John Jacob Astor IV se atrevió a pronoscitar cómo evolucionaría la tencología en una obra titulada A Journey in Other Worlds (Un viaje a otros mundos).
Uno de sus pronósticos más chocantes para la época fue asegurar que en el futuro viajaríamos a una velocidad descomunal, incluso superior a 65 kilómetros por hora.
A Journey in Other Worlds
La obra de Astor trata de describir cómo será el mundo en el año 2000, y se puede describir como una utopía tecnológica demasiado optimista en algunos sentidos, y muy poco ambiciosa en otros.
Por ejemplo, Astor señala que los cables telefónicos rodearán la Tierra bajo tierra para evitar interferencias. Es algo que no pudo ver porque Astor fallecería pronto: se hundió con el Titanic.
También dice que la electricidad acabaría por reemplazar a la tracción animal en el movimiento de todos los vehículos. No es que Astor fuera un visionario, sino que es su época el coche eléctrico parecía estar destinado a dominar el mundo.
Tambíen dice que las bicicletas estarían equipadas con potentes baterías, y que que los carruajes electrificados alcanzarían velocidades inauditas, como 55 o 65 kilómetros, e incluso más. Como abunda en ello James Gleick en su libro Viajar en el tiempo:
Para soportar estos carruajes, el pavimento estaría hecho de láminas de acero de un centímetro y medio colocadas sobre el asfalto ("aunque sería resbaladizo para los cascos de los caballos, no afectaría gravemente a nuestras ruedas").
La fotografía ya no sería en blanco y negro, sino en color: "Ahora no hay ningún problema para reproducir exactamente los colores del objeto fotografiado".
Sin embargo, algunas ideas esbozadas por Astor entraban más en el terreno de la ciencia ficción blanda o fantaciencia:
Provocar la lluvia se ha convertido en "una ciencia absoluta": se fabrican nubes mediante explosiones en las capas altas de la atmósfera. La gente puede planear por el espacio para visitar los planetas Júpiter y Saturno gracias a una fuerza gravitatoria recién descubierta y llamada "apergia", "cuya existencia ya sospechaban los antiguos, pero de la que apenas sabían nada".
En definitiva, el mayor valor de la ciencia ficción no es la prospectiva, sino la reflexión de lo que ocurre en la actualidad desde una óptica diferente.