Si queréis visitar cementerios de barcos pero lo vuestro no es el medio acuático, os recomiendo visitar una playa de Mauritania, en la bahía de Nuadibú, a unos 10 kilómetros de la capital.
Los cementerios de barcos son algo bastante común, pues los dueños de estos gigantes de acero los abandonan a su suerte para evitarse pagar las altas sumas de dinero que requieren su desguace, las multas o los impuestos. La dejadez de una normativa laxa sobre estos temas en la mayoría de países hace el resto.
Así pues, atascados en la arena, se alinea uno de los cementerios marinos más grandes del mundo. Decenas de embarcaciones de todas las nacionalidades están allí varadas como ballenas oxidadas, y otras originan improvisados arrecifes. Así que no hará falta que os mojéis los pies si queréis contemplar esta especie de gigantesco vertedero de barcos fantasma.
Parecen, en efecto, barcos fantasma porque la mayoría conserva intacta su estructura, ya que a diferencia de otros cementerios marinos, los barcos de esta playa no han sido desguazados. Como si cualquier día fueran a zarpar de nuevo comandados por sus capitanes fantasma. O quizá, en vez de un capitán fantasma, cualquier día es un inmigrante sin papeles el que decide emplearlos para alcanzar una tierra con mayores perspectivas económicas que Nuadibú, pobre de solemnidad. Y es que esta playa también es el punto de partida de muchos cayucos.
Un examen más atento, sin embargo, os revelará que estos buques derrelictos han surtido de elementos a muchos mauritanos para construirse sus propias viviendas; viviendas levantadas en las arenas del desierto del Sahara con restos de barcos muertos.
En el otro punto del espectro climático, otro cementerio de barcos, célebre por su aspecto, es el de Kamchatka, al noroeste de Rusia. La península rusa de Kamchatka, una península volcánica de 1.250 kilómetros de longitud situada en Siberia, está rodeada por los mares de Ojotsk y de Bering; fue descubierta por el explorador danés Vitus Bering en el siglo XVIII.
Allí el clima es frío y húmedo y el mar permanece congelado casi todos los meses del año (y posiblemente sea la región del mundo que alberga el mayor número de variedades de salmón). Así pues, emergiendo como titanes de óxido atrapados en la nieve y los témpanos, se atisban en el paisaje toda clase de gigantescos cascos de barcos… en una tierra que está separada once zonas horarias de Moscú.
Incluso veréis submarinos de la armada rusa, que en aquel escenario se parecerán más que nunca a naves venidas del espacio exterior, junto a los cuales pasean osos pardos, lobos, zorros árticos y lemmings.
Julio Verne escribió sobre estas naves que viajarían bajo el agua en Veinte mil leguas de viaje submarino, pero escritores de ciencia ficción y visionarios del futuro como H. G. Wells negaron la posibilidad de que algún día se fabricasen submarinos, lo cual aún los dota de una mayor aureola de extrañeza expuestos en mitad de la nieve. (Aunque en descargo de Wells hay que decir que desconfiaba de la viabilidad del submarino no por su falta de miras sino por la pura envidia que le tenía a Verne, con quien frecuentemente le comparaban los críticos literarios).
La región de Kamchatka está sometida a un gran riesgo sísmico: en la primavera 2006, un terremoto de 7,9 sobre la escala de Richter afectó al Koriakie. El seísmo de 1952 había alcanzado una magnitud 9 sobre esta escala. Y además posee grandes cadenas montañosas que incluyen alrededor de 160 volcanes, de los cuales 29 están activos. Así que es posible que, cualquier día, todo el cementerio desaparezca engullido por la tierra, la nieve y la ceniza.
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