Sobre el 1370 se escribió un libro de viajes que describía el periplo en primera persona de un caballero inglés que en 1322 había viajado a Tierra Santa, Asia Menor y Central, India, China, las islas del Océano Índico, el norte de África, Libia y Etiopía.
Un viaje al estilo Philleas Fogg que, bajo el título Los viajes de sir John Mandeville, narraba una serie de fabulosos hallazgos que convertían el mundo en un lugar casi marciano.
El mundo está lleno de cosas y lugares que parecen mentira, como puentes que parecen desafiar la física, pero el libro no tenía suficiente con describir la realidad. También la adulteró un poco. Bastante. Tal y como lo explica Gregorio Doval en su libro Fraudes engaños y timos de la historia:
Por ejemplo, aseguraba haberse cruzado con peculiares seres como los panoli, que tenían unas orejas tan grandes que les servían de abrigo; los scípodos, con un único y grandísimo pie, o los atomi, habitantes de la isla de Picán, que carecían de boca y vivían del olor de las manzanas.
Como descubrimos con el libro Mutantes, de Armand Marie Leroi, el mundo también es pródigo en criaturas fantásticas, incluso más que cualquier bestiario de fantasía. Blancos que se vuelven negros, longevos sin testículos, hermafroditas, altos altísimos, cíclopes, cuerpos de dos cabezas, esqueletos superpuestos, hirsutos, cretinos, huesos de cristal, manos enormes, orejas de Dumbo, lenguas que no caben en la boca y muchos otros desórdenes teratológicos.
Pero el libro de Mandeville, que fue tan popular en Europa en los siglos XIV, XV y XVI, desplazando incluso al Libro de las Maravillas de Marco Polo, también tuvo que inventar criaturas:
También hablaba de un pueblo del tamaño de los pigmeos cuyas bocas eran tan pequeñas que tenían que chupar todos los alimentos a través de cañas, de seres con ojos en los hombros, de salvajes con cuernos y pezuñas, de habitante con cuerpos humanos y cabezas de perros, de plantas cuyos frutos eran corderos…
Se imprimieron tantas copias de este libro de mentira acerca de la fauna y flora ficticia del mundo que, incluso hoy, corren por ahí cientos de copias, así como decenas de incunables. La obra, escrita en francés, se tradujo a todas las lenguas principales de Europa. Lectores del libro fueron Leonardo da Vinci o Cristobal Colón. Todo el mundo creyó que aquel libro era verdad.
Hasta el siglo XVII, cuando el escritor Thomas Browne declaró que John Mandeville fue “el mayor mentiroso de todos los tiempos”, el libro no cayó en el descrédito, considerándose a Mandeville, desde entonces, como un gran farsante y su supuesto viaje como una farsa.
El verdadero autor del libro todavía se desconoce.
Imágenes | La aldea irreductible
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