Junto a lo de que no te tragues el chicle que se te pegará en el estómago, o no te acerques demasiado a la pantalla de la televisión so pena de quedarte cegato, una de las creencias populares que más proliferan entre los padres es que no deben permitir que sus retoños corran o salten con una piruleta en la boca: podrían caer de bruces, y con el impacto que la piruelta o el chupa-chups se encajara en el esófago o algo así.
¿Cuánto hay de cierto en esta idea? Según los estudios al respecto, no demasiado. O al menos no tanto como creemos.
El trauma orofaríngeo pediátrico es cómo llaman los médicos a la herida que puede infligirse un niño en la boca con un cuerpo extraño. Laceraciones, desgarros de mucosa, fístulas, todos ellos son traumas orofaríngeos. Sin embargo, no suelen ser corrientes.
Además, cuando se producen dichos traumas, éstos no revisten gravedad, tal y como señala un estudio realizado por el Hospital Infantil de Pittsburgh, que explica Ken Jennings en su libro Manual para padres quisquillosos:
El estudio de Piittsburgh también señala que la mayoría de los casos son leves y se curan sin ningún tipo de intervención médica, y a continuación para a enumerar los artículos con más probabilidad de causar ese tipo de trauma. Y resulta que las piruletas se encuentran entre los culpables menos frecuentes, causantes de menos del 3 por ciento de las lesiones estudiadas, superadas con creces por lápices, instrumentos musicales, palos, etcétera. El hospital trataba un caso de piruleta cada dos años, de promedio. Por su parte, Sólo Tootsie Pop, la empresa que fabrica los caramelos con palo en Estados Unidos, comercializa veinte millones de unidades al día. Doy fe de que muchas de ellas las comen os niños y niñas mientras se mueven. Y aun así, las lesiones son muy poco frecuentes.
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