Un hombre tirándose pedos es capaz de originar una mueca similar a lo de un yayo manipulando un smartphone de última generación y, justo a continuación, arrancar risas de diablura infantil o carcajadas desenfrenadas. Sin embargo, si el espectáculo dura varios minutos y se ejecuta con la suficiente maestría, uno puede llegar a admirarlo como quien se queda arrobado por la digitación virtuosa de un piano. O un trombón, mejor dicho.
Érase una vez, en el sur de Francia... Así podría empezar una fascinante serie de la HBO. La extraña y pluscuamperfecta historia de Joseph Pujol, conocido por todos como Le Pétomane, el Pedómano, uno de los artistas mejor pagados de principios del siglo XX.
Los primeros enemas de agua salada
Joseph Pujol se dio cuenta de que algo no funcionaba bien en su cuerpo cuando fue a la playa. De una forma muy sencilla, tomando una gran bocada de aire por la boca, su ano absorbía el agua salada, como si se aplicase un enema. La sensación no era nada agradable, pues el agua estaba fría. Algo así como introducirse un iceberg por el recto.
Joseph había descubierto esta extraña habilidad propia de un X-Men escatológico en su adolescencia, pero fue en su juventud cuando descubrió que, si se esforzaba, también podía hacer lo mismo fuera del agua. Es decir, en vez de absorber agua, era capaz de absorber aire. La técnica era muy precisa, tal y como la describe Sam Kean en su libro El último aliento de César:
Primero se inclinaba doblado, lo que dificultaba su respiración, y entonces se tapaba la nariz y la boca y contraía el diafragma, expandiendo el volumen de su abdomen. En los gases, el volumen y la presión están íntimamente relacionados: cuando uno sube, el otro baja. Por lo tanto, al expandir su abdomen necesariamente reducía la presión en su interior, creando un vacío parcial. Normalmente, cuando el diafragma hace esto, el aire corre a llenar los pulmones. Pero como Pujol se había doblado y tapado la boca, el aire no le entraba por la parte de delante, sino por la de atrás.
Cuando uno posee una habilidad cualesquiera, por muy inútil que se nos antoje, tiende a exhibirla y, sobre todo, a mejorarla. Ser el mejor en cualquier aspecto de la vida y destacar frente a nuestros semejantes es una sensación tan agradable que puede empujarnos, como pasó con Joseph, a pefeccionar su técnica, año tras año. De este modo, Jospeh logró desalojar flatulencias de hasta quince segundos, sin ninguna interrupción. Quizá quince segundos no parezca demasiado tiempo, pero tratemos de imaginaro segundo a segundo. El ruido de un pedo, así, hasta contar quince. Para conseguirlo, Jospeh absorbía hasta tres litros de aire con cada inhalación anal. Para que nos hagamos una idea de lo que suponía algo así, un adulto normal expulsa con flatulencias un litro y medio de gas al día, en aproximadamente veinte entregas. Él lo hacía todo de golpe, y usando el doble de aire.
Era algo extraordinariamente grotesco. Pero Joseph no se quedó ahí, también empezó desplegar la habilidad de alterar el tono y el volumen de sus cuescos, es decir, de tocar notas musicales empleando para ello el tramo final de su tracto intestinal. El brillo fenicio se instaló en sus ojos y, poco después, allá por 1880, se dejó crecer un mostacho muy teatral y presentó su primer espectáculo de pedos. Se buscó para ello un nombre muy gráfico: Le Pétomane (el Pedómano).
Su éxito fue modesto al principio, pero poco a poco fue ganando seguridad en sí mismo. Sobre todo al comprobar la reacción que provocaba en el público. Para mantenerse en forma, y también tener el instrumento bien limpio, se solía aplicar cinco enemas al día.
El éxito
En 1892, tras varios años ganando popularidad con aquel espectáculo granguiñolesco, Joseph tomó una decisión que lanzaría su carrera hasta límites insospechados: se presentó a una audición del Moulin Rouge, el famoso club noctuno de París que alcanzó el estatus videoclipero con la película homónima de Baz Luhrmann.
El propietario del club, con la mandíbula caída y los muy abiertos, le contrató de inmediato. Dos años después, Joseph se convirtió en el artista mejor pagado de Francia, ganando más del doble con algunas espectáculos de lo que ingresaban actores legendarios como Sarah Bernhardt. Artistas de prestigio como Renoir y Matisse se codeaban con él. Y hsata se rumoreaba que Freud llegó a colgar una foto de Joseph en la parede de su despacho.
Pero ¿qué podíamos encontrarnos si asistíamos a su show? Con algunas variantes, tras levantarse el telón, esencialmente Joseph aparecía ataviado con un esmoquin negro de satén, guantes blancos y capa roja. Era como un superhéroe, Super Cuesco. Y entonces empezaba a demostrar su habilidad de menos a más. Primero, unas sencillas imitaciones de los pedos de diferentes personas, esterotípicamente hablando. Por ejemplo, si era una tímida joven, entonces la ventosidad era breve y aguda. La suegra merecía uno más contundente. Después, sus sonidos anales trataban de recordar al sonido que emiten distintos animales, como los búhos, los gallos, los sapos, las abejas o los patos. Incluso ese chillido corto y agudo de un perro cuando le pisas la cola.
Sin embargo, el espectáculo entraba en un nuevo nivel cuando Joseph empezaba a tocar la flauta con el aire que expelía por el ano. Y alcanzaba cotas circenses al insertarse un tubo en el recto: en el otro extremo había un cigarrillo encendido con el que conseguir soplar anillos de humo por delante y por detrás al mismo tiempo. Finalmente, tras interpretar La Marsellesa con pedos, apagaba una vela a un metro de distancia, como si su trasero disparara perdigones. ¡Bang! Kean describe la reacción del público así, entre quienes podrían encontrarse prohombres como el rey de Bélgica:
Las mujeres del público, sobre todo las que llevaban corsés apretados, a veces reían tanto que se desmayaban. Una vez, un hombre sufrió un ataque al corazón. El Moulin Rouge aprovechó el caso para colocar enfermeras alrededor de la platea y poner carteles advirtiendo de lo peligroso que era el espectáculo, lo cual, naturalmente, solo hacía que la gente tuviera más ganas de verlo.
Ante tamaño despliegue de gas escatológico, uno podría llegar a pensar que un olor fétido se quedaría suspendido en el aire tras el espectáculo. Pero no era así. Joseph siempre había tratado de arrancarle la connotación escatológica al pedo. Para él, sus pedos eran un arte elevado. Además, sus flatulencias no tenían ningún olor porque eran producto de haber absorbido aire, no de la fermentación de la comida.
Hasta que sus habilidades comenzaron a decaer, algo que coincidió con el estallido de la Primera Guerra Mundial. A partir de entonces, Joseph se estableció de nuevo en Marsella, retomó su oficio de panadero y se dedicó a cuidar de su familia.
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