Contratar a un ayudante personal a distancia se ha convertido en la gallina de los huevos de oro en relación a la optimización de nuestro tiempo. Bajo la premisa de que <
Incluso muchos, en su vida cotidiana, están automatizando sus actividades gracias a este sistema. Si empleáis vuestro tiempo, que, por decir algo, cuesta 8 euros la hora, en hacer algo que otro puede hacer por 4 euros la hora, estáis desaprovechando recursos.
Y, aunque el coste del asistente virtual sea mayor que lo que ganáis por hora, para ciertas tareas compensa la inversión. Lo ideal es contratar a asistentes virtuales de países lejanos (para que trabajen cuando vosotros estáis durmiendo) o de países en vías de desarrollo, como India o China, que cuestan entre 4 y 15 dólares la hora; los más económicos funcionan para tareas sencillas o cotidianas, como los de la empresa YMII, y los más caros equivalen a licenciados en administración de empresas, como los de Brickwork.
Las empresas de asistentes personales garantizan a su personal y entre sus actividades se encuentran la preparación de fiestas, ordenación de libros de cuentas, creación de páginas web, diseño de todo lo que podáis imaginar, reserva de restaurantes… en general, cualquier cosa que no requiera vuestra presencia física.
Son más cosas de las que pensáis: documentación en Internet sobre cualquier asunto, redacción de documentos, publicación de asunciones de empleo, revisión y corrección de textos, el envío de toda clase de regalos, gestión de personal para el arreglo de una ventana de casa, valoración de riesgo crediticio, preparación de presentaciones y un largo etcétera. Tan largo que en un relato de A. J. Jacobs, Mi vida subcontratada, se planteaba la posibilidad de delegar prácticamente toda su tediosa existencia a otras personas.
Y es que delegar siempre ha sido la clave de una vida pródiga, tanto ahora como antes. Ya en la Florencia del Renacimiento, las mujeres más ricas delegaban el acto de amamantar a un bebé a otros pechos menos afortunados, el de las nodrizas; en el siglo XVII ya la mitad o más de las mujeres de las clases bajas enviaban a sus bebés a nodrizas más baratas, y a su vez las nodrizas más solicitadas enviaban a sus propios bebés a nodrizas todavía más económicas para conservar su leche con fines profesionales. En 1780, sólo el 10 % de los bebés de París eran criados en sus propias casas.
La obesión del tiempo
Porque, por encima de todo, anhelamos el tiempo a fin de invertirlo en placeres y no en obligaciones. El tiempo es lo único que puede matarnos. Y la escasez del mismo en relación al infinito abanico de posibilidades que se nos presentan para invertirlo nos produce ansiedad.
Por esa razón han surgido movimientos como el de la cultura slow, como alternativa al estrés psicológico y sus síntomas concomitantes producidos por el actual estilo de vida de las grandes ciudades. La cultura slow postula la lentitud, el regodeo, la calma en asuntos tan diferentes como la cocina (comer y cocinar con mimo), la medicina (tomarse tiempo con cada paciente), el sexo (rechazando el coito apresurado), las fiestas (con menor concentración etílica pero mayor calidad de sus propuestas), el deporte (donde no esté implicada la competición), los viajes (no tener la obligación de ver todos los enclaves turísticos en el menor tiempo posible) y demás áreas de la vida. El símbolo de esta cultura es un caracol.
En Austria hasta se han creado la Sociedad para la Desaceleración del Tiempo. En Estados Unidos, el Take Back Your Time. En japón, el Sloth Club, cuyo eslogan es <
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