Os voy a contar la historia de Sealand. Una historia en la que aparece Adolf Hitler, y también hippies y adoradores del rock prohibido, así como de reyes de mentira, países inventados, y granjas para datos; sin olvidarnos del papel carpetovetónico y cutre que jugó España en toda la ecuación. Os parecerá una historia inventada, pero os lo aseguro: es rigurosamente cierta.
Coged aire, y bienvenidos a Sealand, un lugar que parece salido de una película de ciencia ficción (no en vano es de metal y hormigón, y se eleva por encima del mar como un edificio metalúrgico al estilo Blade Runner); una república de 500 metros cuadrados situada a 51º53?40?N y 1º28?57?E.
En los inicios de la Segunda Guerra Mundial, el Tercer Reich tenía un gran interés por el puerto de Londres, que por aquel entonces era uno de los puertos con más actividad del mundo.
Para encontrar una solución a esta amenaza, los ingleses recurrieron al arquitecto Guy Anson Maunsell. Pero la idea de Maunsell resultó ser demasiado innovadora para los estrategas ingleses: la construcción de plataformas marinas a lo largo de la costa meridional de Inglaterra como primera línea de defensa frente a las incursiones alemanas. Con el tiempo, sin embargo, Maunsell acabó demostrando que su proyecto no sólo era factible sino sencillo de llevar a cabo.
Los fuertes estaban constituidos por dos columnas de acero y hormigón reforzado de ocho metros de diámetro, una superestructura sobre la cual descansaba una cubierta de quinientos metros cuadrados. En sus entrañas contaban con siete pisos habitables para más de cien personas, amén de depósitos para municiones, víveres y combustible. A efectos prácticos era como un barco de proporciones gigantescas fijado frente a las costas británicas a modo de faro con capacidad de disparar. Faros provistos de centro de control, radares, sistemas de comunicaciones y cuatro torretas de defensa.
Los fuertes resultaron ser altamente efectivos como barrera de protección, así que alentados por el éxito obtenido con aquellas construcciones ancladas en las arenas del fondo marino, los británicos no tardaron en solicitar a Maunsell que diseñara nuevas unidades para intensificar la defensa del Támesis.
</p><p>Durante la guerra, los fuertes de Maunsell hicieron un gran servicio contra el Führer, derribando veintidós aviones, haciendo estallar veinticinco bombas aéreas y deteniendo un ataque por submarino. Al terminar la guerra, no obstante, <strong>todas aquellas instalaciones fueron desmanteladas y declaradas inservibles</strong>.
</p><p>Entonces, a rebufo del movimiento <em>hippie</em>, los derechos de los <em>okupas</em> y la moda europea de las <strong>radios piratas</strong>, algunos de estos fuertes abandonados fueron abordados por personajes iconoclastas que, amparándose en los límites marítimos de las aguas internacionales, aprovecharon las facilidades que ofrecía la infraestructura de los fuertes para la instalación de equipo electrónico<strong> a fin de construir radios clandestinas</strong>.
De modo que, tras asesorarse legalmente, Roy Bates se instaló en Roughs Tower el 2 de septiembre de 1967, salió a la cubierta del fuerte y pintó en su superficie la siguiente palabra: Sealand. Ya se había constituido el primer principado artificial sobre el mar, el primer Estado autodeclarado como soberano en una construcción con trazas de plataforma petrolífera que había sobrevivido a la Segunda Guerra Mundial, en el que Roy Bates era Príncipe y su mujer, Princesa.
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