Hay personas que disfrutan dando la vuelta al mundo, empleando para ello como única forma de locomoción sus propias piernas, como Forrest Gump. Son personas que buscan qué hay más allá del horizonte, que huyen de algo o sencillamente que aspiran a alcanzar una suerte de satori. Podéis leer algunos casos excepcionales en Correr, otra forma de ver mundo: 50.000 km a pie, un corredor de 100 años y footing para ver monumentos.
Pero entre los animales, si bien subyacen otros motivos, también hay ejemplares que recorren grandes distancias, e incluso dan vueltas alrededor del mundo, como incansables viajeros adictos al jet lag.
Por ejemplo, en el caso de la emigración, el récord de desplazamiento animal lo mantiene el charrán ártico, que siempre quiere tener tiempo frío y soleado a la vez, así que pendula entre el Polo Norte y el Polo Sur. Por ello, en un año puede recorrer 40.000 kilómetros.
La migración más corta seguramente corresponde a la codorniz moñuda de la montaña californiana: durante el verano vivo en las montañas altas; y en otoño se pone en camino hacia el valle. Con una particularidad: a pesar de que puede volar, hace todo el camino a pie y en fila india.
La vuelta al mundo sin tocar el suelo
Las crías de una especie de albatros (el albatros negro nórdico), se valen de los vientos constantes que soplan siempre en la zona de un paralelo, que rodea la Tierra en el sur de la esfera terrestre, para dar la vuelta al mundo sin tocar suelo.
Tal y como explica Nikolaus Lenz en 1.000 preguntas y respuestas:
Allí, en una latitud de cuarenta grados al sur (aproximadamente en la punta más meridional de África y América del Sur) imperan, año tras año, vientos del este. Los jóvenes albatros ascienden y se dejan llevar por el viento, siempre en dirección a occidente. Un viaje de esos dura casi tres meses, pero al final los pájaros habrán dado la vuelta a la Tierra. Ciertamente, no por la zona más ancha (que sería el Ecuador), pero aun así hacen un trayecto de unos 30.000 kilómetros.
Osos polares que se mueven sin moverse
Los osos polares también viajan sin descanso, aunque no son muy conscientes de ello. Al habitar sobre los bloques de hielo ártico, que se desplazan lentamente y siempre en dirección a occidente, los osos polares, sin dar ni un solo paso, dan la vuelta cada cinco años al Polo Norte, como si viajaran eternamente en un crucero de placer.
Mariposas que viajan lejos
Como muchas otras aves migratorias, las golondrinas vuelan en otoño hacia el cálido sur de África. Mientras que las cigüeñas y las golondrinas hacen prácticamente todo su vuelo sobre tierra y, con ello, pueden hacer pausas para alimentarse, el zarapito esquimal tiene que mantenerse durante todo el tiempo en el aire en su largo recorrido de casi 9.000 kilómetros, de Alaska al Pacífico.
Las mariposas también vuelan hacia el sur. La que llega más lejos es la mariposa de los cardos, que es propia de Escocia e Islandia, y vuela en otoño a África, recorriendo así una distancia de unos 6.000 kilómetros.
Viajar lejos para morir
Las ardillas o los lemmings, así como otros animales, recorren grandes distancias para ir a morir. Ello ocurre cuando la especie se ha multiplicado demasiado y no hay suficiente espacio para todos. Entonces, influidos por las tesis maltusianas, los animales emigran.
Entre los lemmings, una especie de roedores muy frecuente en el Norte de Europa, esa salida supone la muerte para cientos de miles de animales. Sucede que, cuando emigran masivamente, los lemmings no se dejan detener por ningún obstáculo natural. Incluso cruzan nadando anchos ríos. (…) Antes se pensaba que los lemmings se suicidaban en masa. En realidad, lo que quieren es continuar su camino.
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