En general, mostramos una inclinación hacia el pesimismo del desarrollo social y tecnológico. Las personas que han superado determinado umbral de edad sienten nostalgia del pasado y repiten frases del tipo “en mis tiempos esto no pasaba”. Se suele aducir que el mundo va encaminado hacia el abismo, que cada vez hay más violencia, más inmoralidad, más guerras, más enfermedad…
Sin embargo, las estadísticas en todos esos campos arrojan datos diametralmente opuestos. A pesar de los naturales altibajos, en términos generales la humanidad está mejor ahora que antes. Y eso incluye la pobreza.
¿Qué es la pobreza?
El principal problema a la hora de criticar que en el mundo siguen habiendo muchas personas pobres es que la definición de pobreza no siempre ha sido la misma, y puede definirse en función de diversos criterios.
Muchos gobiernos usan dos criterios diferentes para medir la pobreza: la pobreza absoluta y la pobreza relativa. La absoluta mide el número de personas que vive bajo un determinado nivel de renta. La relativa es una medida de lo que tiene el vecino, al comparar los ingresos de un individuo con los ingresos medios de todo el país.
Sin embargo, ambas definiciones de pobreza son inconsistentes cuando se analiza la pobreza a nivel global, y producen no pocas discrepancias, tal y como explica Peter H. Diamandis en su libro Abundancia:
Por ejemplo, en 2008 el Banco Mundial revisó su umbral de pobreza internacional (una medida de la pobreza absoluta), desde el convencional “aquellos que viven con menos de un dólar al día” a “aquellos que viven con menos de 1,25 dólares al día”. Con esa cifra alguien que trabaja seis días a la semana durante cincuenta y dos semanas gana 390 dólares al año. Pero ese mismo año, el gobierno estadounidense decidió que los 39,1 millones de habitantes de los cuarenta y ocho estados contiguos (las cifras de Alaska y Hawai son ligeramente distintas) que ganaban 10.400 dólares también vivían en la pobreza absoluta.
Si calculamos la pobreza no tanto en función de lo que gana uno respecto a sus vecinos, sino en tanto en cuanto puede acceder a bienes y servicios, entonces la definición de pobreza es muy distinta según la geografía.
Por ejemplo, la mayoría de estadounidenses pobres disponen de televisión, electricidad, agua corriente o teléfono, pero la mayoría de los africanos, no. Si un somalí recibiera los bienes y servicios de un pobre californiano, de repente el somalí se sentiría rico. Lo que pone en evidencia lo estéril de usar cualquier medida de pobreza relativa para establecer parámetros globales.
Además, ambas definiciones se vuelven aún más imprecisas al evolucionar con el tiempo. Hoy en día los estadounidenses que viven por debajo del umbral de la pobreza no solo están a años luz por delante de la mayoría de los africanos; están a años luz por delante de los estadounidenses más ricos de hace tan solo un siglo. Hoy el 99 por ciento de los estadounidenses que viven por debajo del umbral de la pobreza tienen electricidad, abu, inodoro y nevera; el 95 por ciento tiene televisión; el 88 teléfono; el 71 coche y el 70 incluso aire acondicionado. Esto puede que no parezca mucho, pero hace cien años hombres como Henry Ford y Cornelius Vanderbilt estaban entre los más ricos del planeta, pero no podían disfrutar de muchos de esos lujos.
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