El sonido puede conectar con nuestras emociones de formas verdaderamente profundas. Incluso lo crujiente nos parece más fresco, aunque no lo sea de verdad. En ese sentido, hay algunos ruidos en particular que pueden ponernos la piel de gallina.
Sonidos como un grito, la fricción de un arañazo, el chirriar de una tiza en el encerado, entre otras. ¿Por qué hay ruidos capaces de provocarnos semejante reacción emocional?
Los sonidos más desagradables
En su estudio publicado en Journal of Neuroscience, los investigadores establecieron un ranking de los sonidos que más nos desagradan. Los primeros puestos los ocupan, en este orden, los que origina un cuchillo rozando una botella, un tenedor arañando un cristal, la tiza en la pizarra, frotar una regla con una botella, las uñas de las manos sobre una pizarra, el grito de una mujer y el sonido de una radial cortando una baldosa.
Todos estos sonidos tienen algo en común. No son sonidos armónicos, y naturalmente nuestro cerebro prefiere la armonía, seamos o no aficionados a la música. Concretamente, percibimos como agradables o bellos los sonidos cuyas frecuencias guardan una determinada relación armónica entre sí. El oído, en ese sentido, es particularmente sensible a la estridencia. Hasta el punto de que puede erizar el vello de nuestro cuerpo.
En realidad, esta reacción es ancestrar, y cumplía una importante función en nuestros antepasados: con los pelos de punta, parecíamos más grandes y amenazadores. La razón de que reacciones así, por tanto, es que los sonidos estridentes pueden estar detrás de una amenaza. Por ejemplo, un grito puede ser un grito de alarma porque se acerca un depreador. Incluso algunos psicológos evolutivos se atreven a suponer que el chirrido de unas garras nos pone en alerta porque puede suponer que un depredador anda cerca.
También, cuando a nuestro oído llegan sonidos desagradables, la amígdala modula a la corteza auditiva aumentando la intensidad de su actividad y generando emociones desagradables.
Tanto los gritos como la mayoría de los sonidos desagradables son disonantes y se emiten en una frecuencia alta. Por eso los bebés lloran de esa forma tan penetrante: es su forma de llamar la atención de las personas que les rodean, interrumpiendo sus quehareces para ser atendidos.
Ya no nos acechan los mismos peligros que antaño, e incluso algunos melodiosos cantos de sirena pueden ser mucho más arriesgados que los peligros prototípicos, pero esas pautas musicales han quedado grabadas en nuestro cerebro más primitivo, y allí siguen. Poniéndonos la piel de gallina.