Tal y como explica Daniel E. Lieberman, paleoantropólogo en la Universidad de Harvard, en su libro La historia del cuerpo humano, en Estados Unidos, la atención médica a un enfermo cardiovascular cuesta unos 18.000 dólares adicionales al año.
Por consiguiente, si se convenciera solo al 25 % más de la población para que estuviera en forma, se ahorraría 58.000 millones de dólares al año solo en la atención a enfermedades cardiovasculares. Más o menos el doble del presupuesto anual de investigación de los Institutos Nacionales de la Salud (NIH): es decir, que es mejor prevenir.
El poder de la prevención
La prevención, pues, parece una aspiración mucho más inteligente, por la que debemos luchar todos con mayor esfuerzo, al menos más que sencillamente poner todos los huevos en el cesto de la atención o resolución de problemas médicos.
La prevención no es obsesionarse con el ejercicio ni las dietas. Ni mucho menos encomendarse a la paleodieta, que de todo punto es un constructo pseudocientífico: no existe una forma de vida ideal y modélica de los cazadores-recolectores. No existe ni siquiera la idea de una paleodieta, porque ésta debería ser un conjunto de dietas muy diferentes entre sí, como señala Lieberman:
A modo de analogía, intentar entender a qué está adaptado el cuerpo humano fijándonos únicamente en los cazadores-recolectores sería como tratar de entender el resultado de un partido de fútbol mirando solamente un fragmento de la segunda parte.
La prevención más eficaz simplemente pasaría, según este estudio de The Lancet, por llevar una dieta rica en frutas y verduras, no fumar, hacer ejercicio moderado y no beber alcohol en exceso. Hacer esto es suficiente como para reducir las tasas de enfermedades cardiovasculares a un 50 %.
Por ello, precisamente, desarrollar comida que no engorde no resolvería un problema pero amplificaría otros, y es más inteligente prevenir que curar, como explico en el siguiente vídeo: