En muchas aulas del mundo se continúa usando pizarra o encerado que los profesores escriben con tizas. Las partículas de tiza en suspensión, en grandes dosis, son capaces de provocar ataques de asma y otros problemas pulmonares.
Para evaluar hasta qué punto la cantidad de tiza empleada en una clase es peligrosa, investigadores indios llevaron a cabo un estudio que fue publicado en agosto de 2012 en la revista Indoor and Built Environment.
En el experimento, se usó una clase recién limpiada, con las puertas y las ventanas cerradas, y los ventiladores apagados. Se probaron tres tipos de tiza: dos de base calcárea y una de yeso. Tal y como lo explica Pierre Barthelemy en su libro Crónicas de la ciencia improbable:
Un investigador, siempre el mismo para evitar la menor diferencia, escribía en la pizarra el mismo párrafo (y ni una palabra más), lo que le ocupaba un cuarto de hora. Luego se borraba el texto, y siempre se encargaba de ello la misma persona. Unos aparatos medían la cantidad y el diámetro de las partículas presentes en el aire ambiental antes, durante y después de la prueba. Cada tiza se pesaba antes y después de utilizarla. El polvo caído de la pizarra durante la escritura era recuperado en la bandeja apoyaturas y en las grandes hojas de papel que cubría el suelo.
Si bien el riesgo del uso de tizas en tales conclusiones se evaluó como despreciable, para minimizar el riesgo los investigadores sugirieron el uso de tizas que produzcan poco polvo o el uso de rotuladores que puedan borrarse.
Imagen | rahego
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