El consumo de leche no es malo, a pesar de que corran por ahí diversos mitos al respecto, sin embargo su consumo en exceso representa un problema en los bebés.
Y es que en el segundo año de vida, cada vez es más frecuente un fenómeno llamado "consumo continuo de leche", lo que acarrea algunos efectos secundarios que debemos tener en cuenta.
Consumo continuo de leche
Algunas madres descubren que sus hijos apenas comen nada, a la vez que dichos bebés están consumiendo un litro o más de leche entera de vaca al día. Y los padres dan leche a sus hijos en grandes cantidades porque entienden que es salgo muy saludable, y por extensión todos los productos lácteos lo son, ya que la leche materna es lo primero que beben los bebés.
Como la mayoría cree que el consumo de leche en niños es bueno per se, se producen incluso fenómenos extravagantes, como el que señala Bee Wilson en su libro El primer bocado:
Útimamente algunas cafeterías ofrecen "babychinos" a base de leche: capuchinos sin café pensados para niños de corta edad. Es mejor que los niños beban leche (con su calcio, sus vitaminas y sus proteínas) en lugar de estropearse los dientes con bebidas gaseosas y azucaradas.
Sin embargo, esas enormes cantidades de leche los deja anémicos (porque el calcio de la leche de vaca bloquea la absorción de hierro y tampoco la leche es la mejor fuente de calcio) y muy estreñidos, por no mencionar el riesgo de obesidad debido al exceso de calorías.
El estreñimiento y el carácter saciante de la leche deja a los niños con poco apetito para las comidas normales. Por consiguiente, no prueban alimentos nuevos y, con el tiempo, el sabor dulce y desabrido de la leche es casi lo único que les apetece porque no han conocido nada más.
Así pues, con la leche, como con todo, de vez en cuando deberíamos recordar las palabras de Paracelso: "Todo es veneno, nada es sin veneno: sólo la dosis hace el veneno".
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