De un tiempo a esta parte parece que se ha puesto de moda entre las chicas llevar pantaloncitos vaqueros cortos (si rozan el nacimiento de las nalgas, mejor). Mirad a vuestro alrededor y solo veréis esta clase de pantalones. Unos pantalones que, además, permiten ver mayor cantidad de grasa corporal.
Hace poco leía un artículo crítico en el diario de Sevilla (entre comillas, porque el artículo tenía más de garrulo que de crítico) acerca de esta sobreabundancia de carnes, donde parece no cuidarse la exhibición de celulitis. Dejando a un lado la carpetovetónica opinión del autor del artículo (de José Rodriguez de la Borbolla, ex-presidente de la Junta de Andalucía, por más señas), este súbito desprejuicio a la hora de enseñar toda clase de piernas, también las celulíticas, nos sirve para tirar del hilo de cómo el ser humano se ha relacionado con la grasa corporal.
Una actitud que, si echamos un vistazo a la historia, se ha mostrado profundamente ambivalente.
Las clases altas (o los que aspiran a pertenecer a las clases altas) siempre buscan distinguirse de la plebe exhibiendo atributos que la plebe no puede exhibir fácilmente. De este modo no sólo de desmarcan, sino que lanzan el mensaje tácito de que ellos son mejores, porque solo unos pocos se pueden permitir ser como ellos. Cuando ya hay demasiados imitadores procedente de la plebe que pueden permitirse esos atributos, entonces las clases altas buscan destacar por otras cosas.
Eso es aplicable a la grasa. En épocas en las que pocas personas podían aspirar a ser gordas, porque solo comían mucho los ricos, la gordura era un ideal en sí mismo, una señal de prosperidad y salud. Ahora, por el contrario, la gordura señala, en un mundo donde comer es barato, que no se tiene tiempo para ir al gimnasio, hacer dietas hipocalóricas o someterse al bisturí. Los ricos deben lucir delgadísimos para desmarcarse, así, de la plebe engordada con calórica comida barata.
Antes, el médico griego Galeno atendía a reyes gordísimos, a personajes como Nicómaco de Esmirna, que incluso era incapaz de moverse de la cama debido a su peso corporal. La tiranía de la delgadez, sin embargo, a juicio de la filósofa Susan Bordo no empezó a imponerse hasta finales de la época victoriana, entre aquellos poco adinerados que reaccionaron de forma ascética a la mayor abundancia de comida. A lo cual también contribuyeron las nuevas ideas científicas a propósito de la dieta y el ejercicio.
Pero ¿cuánta grasa es demasiada, médicamente hablando? La grasa es necesaria para sobrevivir. Una de sus principales funciones vitales consiste en almacenar energía. En el cuerpo hay alrededor de 30.000 millones de células de grasa (lipocitos o adipocitos), que no cambia si uno gana peso… al menos en un primer momento, tal y como explica Hugh Aldeser-Williams en Anatomías:
Lo que ocurre es que cada célula almacena más lípidos ricos en energía, y aumenta en peso hasta cuatro veces. Sin embargo, si el aumento de peso va más allá de un determinado punto, esas células empiezan a dividirse y se forman nuevas células de grasa. Después de esto, es difícil perder peso. Pero la grasa realiza otras varias funciones útiles, como proporcionar ácidos grasos que controlan la actividad celular y las hormonas que regulan diversas funciones corporales. Es evidente, pues, que la grasa no es únicamente relleno o almohadillado, aunque está mucho menos estudiada que la carne, el hueso y los órganos del cuerpo.
¿Os acordáis de Tyler Durden, el protagonista de El club de la lucha, yendo a las clínicas de cirugía estética para hacerse con la grasa extraída en las liposucciones a fin de convertirlas en pastillas de jabón? Algo así hace los artistas australianos Stelarc y Nina Sellars, que en 2005 se sometieron a sendas liposucciones, y después mezclaron la grasa extraída de su cuerpo en una gran cámara transparente para crear una obra de arte que denominaron Blender. Cada pocos minutos, la mezcla se agitaba con una mezcladora eléctrica con el fin de mantener su estado líquido homogenizado.
Una parte importante del logro de los artistas, dicen, para empezar, fue obtener la propiedad legal de sus propios residuos corporales con el fin de elaborar la obra. Sefan Gates, un escritor gastronómico y que se autocalifica de “gastronauta” ue decididamente más allá cuando convirtió grasa extraída mediante liposucción de su cuerpo en glicerol, para emplearlo en alcorzar un pastel, que después se comió.
La cuestión es que cada vez disponemos de más grasa humana, pero no sabemos si su futuro será siempre tratarla como un residuo de nuestro cuerpo. Un posible uso más médico y menos artístico podría venir pronto. Por ejemplo, en 2002 un equipo dirigido por Patricia Zuk, de la Universidad de California en Los Ángeles, demostró que la grasa humana puede ser una fuente adecuada de células madre que son capaces de diferenciarse más fácilmente en tejido muscular, cartilaginoso u óseo que las células madre adultas obtenidas de otras partes del cuerpo.
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