La postura maniquea de que lo natural es bueno y lo artificial es malo es completamente errónea. Depende de lo que estemos analizando en cada caso. Sin embargo, hay un gran consenso acerca de la comida procesada: es mucho menos saludable que el resto de la comida.
Y también aumenta la probabilidad de que suframos diabetes tipo 2 y otras enfermedades. Pero ¿qué tiene de especial la comida procesada si lo artificial no necesariamente es peor que lo natural?
Cachitos y digestión
En la actualidad, los supermercados ofrecen en su mayoría, alimentos que pasan por algún grado de procesamiento industrial antes de llegar a nosotros. Según el Consejo Internacional de Información sobre Alimentos, el procesamiento de alimentos es cualquier cambio deliberado en un alimento que ocurre antes de que esté disponible para su consumo, así que muchos productos comestibles pueden entrar dentro de esta categoría.
Entre los alimentos procesados se encuentran la bollería, los snacks comerciales, las hamburguesas, los refrescos, las galletas, las pizzas, los fiambres y embutidos. Hay procesados, pues, que no son malos para la salud, pero otros sí lo son, sobre todo los ultraprocesados.
El problema principal de los procesados es que se muelen en partículas diminutas eliminando la fibra y aumentando su contenido de almidón y azúcar, lo que altera el funcionamiento de nuestro sistema digestivo. Cuando comemos algo, tenemos que gastar algo de energía para digerirlo, degradar moléculas y transportar los nutrientes desde el intestino al resto del cuerpo.
El coste energético para llevar a cabo la digestión se reduce hasa un 10 por ciento cuando comememos alimentos muy procesados formados por partículas pequeñas. Por eso, si trituramos un trozo de carne para hacer una hamburguesa o unos cacahuetes para hacer manteca, nuestro cuerpo extraerá más calorías por gramo de alimento con menos coste. Y hay más problemas añadidos, como explica Daniel E. Lieberman en La historia del cuerpo humano:
El intestino digiere los alimentos con la ayuda de enzimas, proteínas que se unen a la superficie de las partículas de alimentos y las degradan. Las partículas pequeñas tienen más superficie por unidad de masa, así que se digieren de forma más eficiente. Además, los almimentos procesados con menos fibra, como la harina blanca o el arroz blanco, requieren menos pasos y menos tiempo para ser digeridos, por lo que provocan incrementos más rápidos en la concentración de azúcar en la sangre.
El problema de estos picos de azúcar en sangre es que obligan al páncreas a producir insulina con gran rapidez, y eso hace que a menudo se pase de la raya, lo que tiene como resultado niveles elevados de insulina que luego provocan una caída de los niveles de azúcar en la sangre por debajo de los normales, lo que nos hace sentir hambre de nuevo.
Estos altibajos contribuyen a fomentar la obsesidad y, en consecuencia, también la diabetes tipo 2 y otros desórdenes cardiovasculares. Por esa razón, los alimentos procesados están desaconsejados para las personas que ya sufren diabetes tipo 2. Por ejemplo, los cereales son uno de esos alimentos que no pueden comer los diabéticos porque son procesados y sus niveles de hidratos son muy altos. Las galletitas saladas, las rosquilletas, o cualquier otro tipo de snack también suele estar compuesto por harina refinada.