Entre una persona u otra hay una gran diferencia en la llamada termogénesis inducida por la dieta (TID), es decir, la forma en que nuestro cuerpo transforma las calorías excedentes directamente en calor. Esta actividad, controlada por el sistema nervioso simpático, incrementa la actividad del corazón, el páncreas, el hígado, los riñones y otros tejidos y órganos.
Este proceso sólo se produce cuando comemos más de la cuenta: entonces nuestro cuerpo no sólo quema la energía que necesita, sino que literalmente la desperdicia en forma de calor. Y como varía tanto entre los individuos, explica también, en parte, que unos engorden más que otros comiendo lo mismo.
En un estudio llevado a cabo por investigadores de la Clínica Mayo de Minnesota que duró dos meses, controlaron la ingesta y actividad física de un grupo de sujetos, para, después, sobrealimentarlos con 1.000 calorías extra al día. Entonces analizaron dónde iban estas calorías extra, aproximadamente: un 33 % se acumulaba como grasa, un 33 % iba al metabolismo basal, y otro 33 % se quemaba con la denominada actividad termogénica no asociada a la práctica de ejercicio (NEAT, non exercise associated thermogenesis).
Tal y como lo explica Jennifer Ackerman en su libro Un dia en la vida del cuerpo humano:
Esto incluye todo el movimiento nervioso, los cambios de posición, el ponerse en pie, los desplazamientos, el movimiento de dedos o pies, en pocas palabras, toda actividad física no planificada que uno realiza durante el día. Comer en exceso no estimulaba la misma cantidad de NEAT en todas las personas. Algunos aumentaron los movimientos nerviosos en respuesta al hartazgo y lograron mantener el peso casi estable; otros, que se movían menos, ganaron hasta 4 kg. (…) Esto puede significar la diferencia entre ganar 0,5 kg extra de ese pastel excedente o quemar esas calorías de más durante las actividades del día.
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