Vivimos tiempos de sobreabundancia de información, y uno de los efectos colaterales de esta infoxicación es el hecho de que estemos continuamente pendientes del correo, las redes sociales, los blogs, los podcast y un largo etcétera. También se buscan nuevas estrategias para consumir más información en menos tiempo. Por ejemplo, tengo un amigo que veía las películas a 2x. Aseguraba que, viéndolas al doble de velocidad, no perdía comprensión y ganaba dos películas por el tiempo de una. Una herramienta (un poco más razonable) para leer texto a mayor velocidad apareció hace pocos meses: Spritz, que permitía leer 1.000 palabras por minuto.
Lo que aún no habíamos visto era un intento serio de obtener una mayor rendimiento produciendo información, concretamente mayor cantidad de palabras escritas. Existen clases de mecanografía, en efecto, pero imaginad que tenéis que transcribir una entrevista o dejar que nos inspire un flujo de ideas a lo Joyce. Entonces podemos recurrir a la tecnología, por ejemplo registrando la conversación en audio. Pero si mezclamos la tecnología con un sistema del siglo XIX, entonces los resultados pueden ser más espectaculares. Hasta el punto de que podríamos escribir la nada despeciable cifra de 225 palabras por minuto (para que os hagáis una idea, el estadounidense medio habla a unas 150 palabras por minuto).
La taquigrafía Gregg
En 1888, John Robert Gregg ideó un sistema de taquigrafía basado en figuras elípticas y líneas que las bisecan, como la escritura cursiva. El sistema se escribe de izquierda a derecha y las letras se unen como en la escritura cursiva, según reglas específicas. Además, se basa en la fonética, no en la ortografía, es decir, que graba los sonidos del hablante. Por ejemplo, emplea el mismo símbolo para la s, la c (antes de e e i) y la z, y se omiten todas las letras silentes.
El elemento final que hace el sistema de Gregg tan increíblemente rápido es una técnica llamada "fraseo." Utilizando este método, muchas expresiones comunes pueden ser plasmadas en pocos trazos sin levantar el lápiz de la página. Por ejemplo, si queremos escribir la frase “con mucho gusto”, es mejor escribirlo en un sólo trazo, km (ch) g, en vez de tres palabras k m (ch) g.
La velocidad de la taquigrafía de Gregg se obtiene, también, con mucha práctica y tesón, pero finalmente los resultados han permitido durante décadas la transcripción de juicios orales, por ejemplo. En inglés, una palabra promedio tiene 1,4 sílabas, de modo que escribir 60 palabras por minuto en Gregg en realidad significa escribir 84 sílabas en un minuto. En español, una palabra estándar contiene 2 sílabas, por lo que escribiría 120 sílabas en un minuto a una velocidad de 60 palabras por minuto.
Durante muchos años, proliferaron los libros y los cursos de taquigrafía de Gregg, e incluso acreditaciones oficiales que dispensaban los institutos del propio Gregg. Si querías ser un secretario ejecutivo, se precisaba de un certificado de Gregg que acreditara que eras capaz de escribir 150 palabras por minuto. Si querías ser un reportero de la corte, había que hacerlo a 225.
Pero con el transcurrir del tiempo, el uso de la taquigrafía ha ido cayendo en el desuso gracias a la invención de las grabadoras, las máquinas de dictado, el estenotipo, los procesadores de palabras y los ordenadores. La taquigrafía de Gregg, sin embargo, podría ser el mejor aliado para sacar el máximo rendimiento los bolígrafos inteligentes.
Un smartpen con sistema del XIX
Básicamente, un bolígrafo inteligente sustituye a todas las herramientas de un reportero: además de ser un bilógrafo propiamente dicho, también es una grabadora digital de alta calidad. Y, por último, una pequeña cámara cerca de la punta del bolígrafo toma simultáneamente fotos de las notas a medida que las tomamos. Todo ello puede ser subido a la nube a través de su WiFi incorporado, y tabulando las diversas tecnologías es posible acceder a una gran información acerca de lo transcrito.
El software de reconocimiento óptico de caracteres (OCR) incluido en un bolígrafo inteligente también permite convertir todo lo que escribamos a texto editable en un procesador de textos. Sin embargo, esta opción habrá que sacrificarla en aras de obtener una mayor velocidad de escritura, porque el proceso de conversión se produciría en nuestro cerebro, habiendo siendo instruidos previamente en la taquigrafía de Gregg. Los símbolos taquigráficos no pueden ser detectados por el OCR (de momento=, pero la combinación de esta técnica decimonónica con la tecnología del siglo XXI permite producir transcribir una entrevista a una velocidad superior a la del habla humana (a no ser que seas el que locutaba el anuncio de los Micromachines).
Si leéis algún manual de taquigrafía de Gregg, con un poco de práctica alcanzréis las 100 palabras por minuto. No es mucho, pero es bastante si luego podemos recurrir a la grabadora digital del bolígrafo inteligente para, por ejemplo, buscar una cita literal. Si os lo queréis tomar más en serio, existe la posibilidad de seguir practicando y adquiriendo velocidad, y convertiros en un reportero de 225 palabras por minuto.
A finales de los años 1920, las leyendas de la taquigrafía Charles Swem y Martin Dupraw, compitieron uno contra el otro en concursos de velocidad. En 1927, el último de los Concursos Nacionales de velocidad, la categoría de testimonio la realizó Dupraw a 280 palabras por minuto. Eso es más de cuatro palabras por segundo, rápido incluso para un bolígrafo inteligente. Es una demostración de que no debemos ser demasiado petulantes con nuestros gadgets, pero también de que ya no hay incentivos para rompernos la mano practicando taquigrafía.
Vía | The Atlantic
Foto | Warfieldian | Internet Archive | The Opte Project
Ver 3 comentarios