Con el nacimiento de la agricultura, se produjo un excedente de comida, porque la agricultura puede alimentar entre diez y cien veces más personas por kilómetro cuadrado que caza y la recolección. Al haber más comida, creció la población. Gracias a la agricultura dejamos de ser cazadores-recolectores, y nos pudimos asentar en poblados, con más tiempo libre para pensar e innovar (aunque ello también parece que propició el machismo, según algunos autores).
A pesar, pues, que consideremos la agricultura como algo natural y los transgénicos y demás formas de potenciarlo como algo antinatural, en realidad no es así: la agricultura y los transgénicos son aliados desde tiempos pretéritos. La agricultura está idealizada por imágenes edénicas del pasado, pero en realidad las cosas no solían ser como imaginemos. Baste enumerar algunas ideas chocantes sobre la agricultura en la Antigua Roma.
Por ejemplo, más del 90% de la población del Imperio era pobre y vivía en el campo, obligada a ganarse con esfuerzo una existencia precaria. Vivir de la agricultura era muy duro en esta época. Por eso Vegecio explicaba en su Compendio de la técnica militar que había que buscar a los reclutas del ejército en las zonas rurales porque, dado el bajo nivel tecnológico existente, la agricultura era muy laboriosa y exigía una forma física muy ruda.
¿Y la tecnología? Plinio menciona que en los latifundios de la Galia había una suerte de cosechadoras, pero que no parecían muy útiles si se comparaban con los humanos, tal y como abunda en ello J. C. McKewon en su libro Gabinete de curiosidades romanas:
En diversos monumentos funerarios de la Galia aparecen representadas varias cosechadoras. Probablemente fuera el poco coste de la mano de obra esclava, y no los defectos de diseño de esas máquinas, lo que impidió que fueran adoptadas de forma generalizada.
Tampoco se conocía muy bien el funcionamiento de la agricultura, por eso las Doce Tablas legislaban contra la obtención de buenas consechas por medio de sortilegios.
En Historia natural, Plinio explica que al estudiar la propagación de las plantas, los árboles disfrutan de las novedades y de los viajes lo mismo que las personas. Y la agricultura también tenía origen en las divinidades:
Podemos comprobar los orígenes agrícolas de Roma en los dioses Verváctor, Reparátor, Impórcitor y Obarátor, que tutelaban las distintas etapas de la labranza; en Ocátor, Runcina, Sáritor, Espiniense y Subrincinátor, divinidades todas relacionadas con la eliminación de las malas hierbas; en Robígine y Róbigo, que protegían del mildiu la cosecha; y en Estercuto, que enseñó a los hombres la técnica del abono de los campos con estiércol.