Solemos creer que el pasado era mejor que el presente. Y la nostalgia se nos dispara si el objeto de comparación son los atascos de tráfico. Estamos atrapados en una autopista con miles de vehículos contaminantes y pensamos: ojalá las cosas fueran como antes, en elegantes coches de caballos, sin congestiones interminables de tráfico.
Pero, como ya os demostré en el artículo ¿Cuál es el medio de transporte que más problemas trajo a la humanidad? (por cierto, es el caballo), en esta ocasión trataré de que, la próxima vez que os veías atrapados en un tapón de tráfico, no os sintáis tan frustrados: en el pasado era igual, o peor.
Si visitáis las ruinas de Pompeya, por ejemplo, advertiréis que las calles presentan surcos dejados por las ruedas de los carros. A estudiar los patrones de desgaste de las piedras de los bordillos de las esquinas, además de las piedras pasaderas dispuestas para que los peatones cruzaran los surcos, Eric Poehler, arqueólogo del tráfico, pudo averiguar no sólo la dirección del tráfico de esas calles, sino la de los giros para embocar calles de doble sentido en las intersecciones.
Según estas pruebas, los conductores de Pompeya conducían por la derecha de la calle, usaban principalmente un sistema de calles de sentido único y tenían prohibido conducir bajo ningún concepto por determinadas vías. Poehler también sostiene que no habían señales de tráfico: no hay restos arqueológicos de ellas. Y, como ocurre en la actualidad, Pompeya también sufrió obras y desvíos viarios que provocaban atascos: por ejemplo, en la construcción de los baños se impuso el cambio de dirección del Vico di Mercurio.
En la antigua Roma, el tráfico de carros alcanzó tal intensidad que el César, el autoproclamado curator viarum, o “director de las grandes carreteras”, prohibió que durante el día hubiera tráfico de carros y carretas “salvo para el transporte de materiales de construcción para los templos de los dioses u otras grandes obras públicas o para la retirada de materiales de demolición.” Los carros podían entrar en la ciudad solo después de las tres de la tarde.
Las quejas que, por ejemplo, podemos leer del poeta Juvenal a causa del tráfago bullangero de carros, podrían aplicarse hoy en día a cualquier gran ciudad: “Sólo si se tiene mucho dinero puede uno dormir en Roma. La fuente del problema reside en los carros que atraviesan los embudos de las calles curvadas, y las bandadas de ellos que se paran y meten tanto ruido que impedirían... dormir hasta a una manta raya.”
Bien, en la antigua Roma el tráfico era un horror. ¿Y si saltamos en el tiempo hasta la Edad Media? Veremos en el próximo capítulo que las cosas no se ponen mucho mejor.
Vía | Tráfico de Tom Vanderbil
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