¿Quieres escoger cómo bautizar a tu hijo? ¿Te preguntas si su nombre, o el tuyo propio, subirá o bajará en popularidad en los próximos 25 años?
Para responder a éstas y otras preguntas, Chris Franck, profesor asistente de investigación en estadística del Virginia Tech, ha desarrollado la siguiente herramienta, que predice cómo un nombre se usará más o menos en los próximos 25 años mediante el examen de la historia de los nombres anteriores que siguieron patrones similares de popularidad. Este modelo no tiene el rigor estadístico de un experimento formal, pero sí produce resultados sorprendentemente precisos al medirse con los datos históricos.
Para probarlo, podéis introducir los nombres que queráis. A continuación se muestra una imagen de cómo este método predice el crecimiento y la disminución del nombre. Podéis también escribir otros nombres, que podrán compararse entre sí. Aquí tenéis el visualizador.
Por lo que parece, los mombres populares siguen un ciclo familiar: se vuelven cada vez más comunes, y entonces, a medida que los nuevos padres se suben al carro, el nombre alcanza un pico y empieza a descender de popularidad a medida que todo el mundo en el patio comienza a responder al mismo nombre. Algunos estándares viejos permanecen latentes durante medio siglo antes de volver gradualmente.. Otros se disparan muy rápido y el declive llega en pocos años, como Miley.
La elección de un nombre posee tanta información memética sobre su lugar de procedencia, su clase social y hasta su popularidad relativa que no resulta difícil adivinar la edad aproximada de una mujer sencillamente atendiendo a su nombre de pila (los nombres de mujer cambian con más rapidez que los nombres de hombre). Si bien muchas sociedades bautizan a los niños con el nombre de algún antepasado o algún santo, siempre existe cierto cambio basado en la época y en las modas vigentes, tal y como apunta el psicólogo cognitivo Steven Pinker en El mundo de las palabras, al referirse a los nombres de pila de Estados Unidos:
Las “Edna”, “Ethel” o “Bertha” son ciudadanas mayores; las “Susan”, “Nancy” o “Debra” son hijas del baby boom; las “Jennifer”, “Amanda” o “Heather” andan por los 30; y las “Isabella”, “Madison” u “Olivia” son todavía unas niñas.
Las correlaciones de tiempo, clase social, contexto socioeconómico y cultura entre los nombres de las personas han quedado más definidas gracias al sociólogo Stanley Liberson, al descubrir con sorpresa que, tras decidir con su esposa que su hija se llamaría Rebecca, muchos de sus contemporáneos también habían tenido la misma idea; tras lo cual escribió un libro sobre este hecho casual que enfoca los nombres desde el punto de vista epidémico: A Matter of Taste.
Si bien algunos nombres son suscitados por la existencia de héroes, líderes, actores o personajes populares, muchas de estas decisiones se fraguan bajo influencias menos evidentes: probablemente la conexión con determinadas personas.
"Marilyn”, por ejemplo, era un nombre bastante popular en la década de 1950, y la mayoría de las personas encontraría una explicación evidente: la fama de Marilyn Monroe. Lamentablemente, el nombre había empezado a cundir hacía décadas y ya era popular cuando Norma Jeane Baker lo adoptó como nombre artístico en 1946. De hecho, la popularidad de “Marilyn” cayó un poco después de que Monroe se hiciera famosa. En este punto la gente supone que fue ella quien hizo que el nombre fuera perdiendo estatus: los padres no querían bautizar a sus hijas con el nombre de una gatita durante la época de mojigatería de la gente bien de la década de 1950, o la del incipiente feminismo de la década de 1960. Una vez más, contra todo pronóstico, el nombre había alcanzado la cumbre en la década de 1930, y ya estaba en declive cuando Monroe entró en escena.
Vía | Time
Foto | Ceyla de Wilka
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