El día en que Kickstarter venció a Sony con un mejor reloj de muñeca (I)

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El otro día me estuve batiendo el cobre con un escritor que se quejaba amargamente de la imposibilidad de vivir de la venta de sus libros porque la gente prefería descargárselos gratis. Admitió, al menos, que el modelo de negocio editorial ya estaba obsoleto y que debíamos buscar otro modelo (eso le redime, en cierto modo, y no lo convierte en un ludita contumaz). Sin embargo, lo que no parecía comprender es que ningún modelo futuro puede pivotar en la idea de que se cobre dinero por adquirir copias digitales de una cosa (a no ser que se ese dinero se cobre a través de una tarifa plana, un freemium, etc.)

Para vender copias digitales hay que ofrecer un extra (en forma de comodidad o lo que sea) que funcione como incentivo para que el usuario no opte por la gratuidad. A su vez, tratar de evitar la gratuidad (es decir, que la gente comparta copias de lo que tiene) precisa de la articulación de una serie de leyes que, en primer lugar, colisionan con leyes aún más fundamentales, y en segundo lugar se revelan como infructuosas a corto plazo, pues la tecnología avanza más deprisa que la jurisprudencia.

Con todo, hubo un argumento que esgrimió aquel escritor quejumbroso que sí me parece interesante desarrollar aquí. Lo que dijo fue, en pocas palabras, que si los escritores no hallan incentivos económicos para escribir libros, tales libros los publicarán solamente los aficionados. Y los aficionados nunca alcanzarán la excelencia de un escritor.

Aficionado VS Profesional

El argumento anterior contiene dos errores de base. El primero estriba en el hecho de que, de momento, los incentivos económicos para escribir son pocos porque no se han desarrollado aún modelos de negocio armonizados con el estado actual de la tecnología (aunque debe añadirse aquí que antes de la piratería digital tampoco había demasiados incentivos económicos para escribir, porque más de 95 % de los libros publicados no eran rentables).

El segundo error es un poco más sutil. Internet nos está permitiendo descubrir una idea contraintuitiva: que los autores aficionados pueden alcanzar cotas de calidad superiores a los de los autores profesionales. Como la literatura es una actividad sujeta a un alto grado de subjetividad a la hora de analizar la calidad de sus textos, vayamos a obras científicas: portales como Naukas o Materia, por ejemplo, ofrecen textos de divulgadores aficionados que superan en rigor a los editados por muchas publicaciones profesionales. Como explica Clay Shirky en Excedente cognitivo, eso sucede porque la gente cada vez invierte más tiempo en Internet, a expensas de otro medio de consumo que es la televisión.

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Por otro lado, si analizamos la calidad de Wikipedia, entonces descubrimos algo más importante: cuando la gente colabora entre sí de forma abierta, a través de jerarquías flexibles y muy poco estratificadas, entonces obtiene resultados mucho más sorprendentes. Wikipedia se puede equiparar a la Enciclopedia Británica a pesar de que la Enciclopedia Británica está escrita por eruditos remunerados. Es cierto que la implicación de los usuarios es desigual (ved el Principio de Pareto), pero lo cierto es que funciona. Si queréis leer un acercamiento al intrincado funcionamiento de Wikipedia os remito a mi artículo publicado precisamente en Naukas El tornillo de la pastilla izquierda del freno de la rueda posterior de la bicicleta de Ulrich Fuchs o la incomensurabilidad de Wikipedia (parte 1), (Parte 2), (Parte 3), (Parte 4) y (Parte 5).

Basta extrapolar el poder de la colaboración para imaginar un escenario en el ámbito de la literatura que no parece demasiado lejano (y que estoy convencido de que ya en parte se produce): una novela es escrita en abierto en una plataforma, y colaboradores desinteresados en forma de correctores de estilo, maquetadotes, editores, ilustradores y demás, convierten el manuscrito en una novela al menos tan solvente como las novelas que se publican actualmente (y admitamos que generalmente las novelas que se editan en España rozan la oligofrenia).

Además, al producirse obras desde una filosofía aficionada no remunerada o a muy bajo coste, entonces se pueden ofrecer obras a nichos muy específicos: por ejemplo, por mucho que una editorial se baje los pantalones para editar a Belén Esteban a fin de cuadrar el balance fiscal y así permitirse editar un libro sobre poesía francesa, jamás se atreverán a editar, por ejemplo, novelas tan específicas y con tan público potencial como Análisis de películas de Paco Martínez Soria (yo sería uno de sus lectores, por cierto).

Dicho todo lo cual, ¿podríamos extrapolar esta idea al ámbito de la tecnología? ¿Pueden los aficionados, respaldados por colaboradores desinteresados, desarrollar proyectos tecnológicos equiparables a la tecnología que produce grandes marcas? La respuesta es sí, e incluso pueden ofrecer productos mejores. Pero eso os lo explicaré en la próxima entrega de este artículo.

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